4. Querido Diario: Por fin alguien logra distraer a Natasha.
Día
3 — Cronta, 18 de Hermes. Año 6512.
Solté un suspiro. No tenía nada de sueño,
así que tomé el omnikap para configurarlo. Era azul, mi color favorito.
Definitivamente le tenía que agradecer a mi papá y Alarik, si fuera por mi mamá
me hubiera comprado naranja o ese amarillo chillón que le gustaba a ella, agh.
Cuando empezó a operar con mis datos y
cargaron todos los contactos y conversaciones, tuve que apagar el sonido de las
notificaciones, porque saltaron una tras otra, tras otra, tras otra. Al
parecer, mi mensaje de audio había grabado también mi caída al agua, incluyendo
mis gritos; cuando lo oí, sentí la temperatura de mi cuerpo subir, me quería
hundir de la vergüenza.
—Le debo una disculpa enorme a este hombre
—murmuré mientras me tironeaba el pelo y me hacía bolita sentada en mi cama.
Pero eso tendría que esperar. Tenía otra
cosa impresa en mi cabeza: Esa sonrisa, y esos ojos oscuros.
«Jimmy, necesito tu ayuda» le escribí sin
esperar que estuviera despierto, pero en realidad James nunca dormía.
«¿Qué sucede?» me contestó de
inmediato, casi pude oírlo con su voz burlesca y esa falsa formalidad.
«Necesito que me ayudes a encontrar a
alguien».
Lo dejé en sus manos. Si la información
existía, él la hallaría de una forma u otra.
Día
10 — Afro, 25 de Hermes. Año 6512.
También me preguntó hasta el más ínfimo
detalle del accidente, sobre todo de la chica que me había salvado. Según él,
no le convencía la idea de que alguien hubiera estado en el lugar y momento
precisos, preparada para rescatarme, pero era imposible ignorar que, si eso
acaso había sido planificado para sacar provecho de haber salvado a la
princesa, existía una gran falla en su lógica: ¿Por qué hubiera desaparecido?
Luego de un par de visitas del sanador, una
semana más tarde mi pierna ya estaba como nueva, lista para correr, trotar, y,
más importante aún, volver a clases.
—Te encanta recordarme las peores cosas de
la vida —me quejé.
—No tendría que hacerlo si tú no me hicieras
la vida aún más difícil.
Era broma, pero me hice la ofendida
igualmente.
—O a mí.
La voz de mi mejor amiga entrando por la
puerta me subió el ánimo inmediatamente. Vino directo de la Academia, así que
seguía con el uniforme puesto: la falda tableada negra, camisa blanca, chaqueta
negra, y la corbata roja con el emblema de imperio; soberanamente desabrido,
pero para una persona con la estatura y el atractivo de Natasha, hasta un saco
de harina podía quedarle espectacular. Andaba con su largo pelo negro recogido
con una cinta blanca, y había dejado dos mechones sueltos que le adornaban el rostro.
Siempre tenía el aspecto perfecto de una chica bien portada y de buena familia,
intentando compensar lo único que la gente veía realmente: sus ojos de iris
rojo.
Para ella eran un problema al que estaba
habituada. Para mí, eran sencillamente preciosos. Lo que pensara el resto del
mundo no importaba, o al menos ella decía que no le importaba, pero yo la
conocía demasiado como para creerme eso.
—Adivina quién te trajo más tarea —dijo en
tono cantadito entregándome un pequeño dip[1]—.
Y helado. También traje helado.
Se rio de mí con todos los cambios de
expresión en mi rostro y se sentó al borde de mi cama.
—¿Cómo está esa pierna? ¿Te la van a tener
que cortar?
—Por desgracia. Si mi salvadora hubiera
llegado un segundo antes —.
Ambos emitieron un quejido.
—Si te escucho hablar una vez más de ella,
te voy a devolver al mar.
—Okay, okay, no de nuevo, ya sé, lo siento
—contesté entre risas; tal vez se me estaba pasando un poco la mano—. Tú sí que
no te ves muy bien. ¿Pasó algo?
Soltó un sonido lo más parecido a un gruñido
que le he oído e hizo un gesto como de gato[2]
enojado.
—Le asignaron una compañera —me explicó
Alarik incapaz de dejar de reírse.
Evidentemente, quería interrogarla al
respecto, pero Natasha me dijo que sólo sabría de ella cuando la conociera en
la escuela. Era imperativo que la conociera. Algo bien raro debería
tener para que llamara así la atención de mi amiga.
Día
14 — Selo, 29 de Hermes. Año 6512.
Realizó un saludo formal a la profesora, una
escueta reverencia, y luego avanzó de largo hasta un asiento al fondo de la
sala, sola. Mi amiga no hizo ni el ademán de saludarla o algo. Tal vez un
pequeño detalle se les había pasado a la hora de emparejarlas: su claro
desinterés en socializar.
Natasha lo ocultaba a la perfección, por
supuesto. La hija perfecta, popular con todo el mundo, atractiva, inteligente,
el potencial para serlo todo. Y yo a su lado, poco más que una papa que habla.
Tal vez si hubieran sabido quiénes eran mis padres, me hubieran tratado
distinto, pero al menos todavía me quedaban unos meses antes de que mi vida
fuera completamente pública. Por ahora, aún podía vivir en el anonimato
gratuito de los menores de edad.
Entonces me pregunté si James de verdad
lograría averiguar algo sobre «Mila». ¿Tendría edad para que su información
fuera pública? ¿Eso era todo su nombre? ¿De dónde venía? ¿A dónde se fue? ¿Vivía
en la ciudad? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Tenía hermanos? ¿Acaso…?
Natasha me pisó un pie y me hizo reaccionar.
La clase de estudios sociales no iba a aprenderse mágicamente si yo no prestaba
atención. O tal vez sí, pero no había oro suficiente en el mundo para que le
hiciera una pregunta como esa a mi mamá. Al menos, fuera como fuera, tenía a
Natasha para ayudarme, siempre y cuando ella estuviera pendiente de lo que
explicaba la profesora, lo cual no parecía estar haciendo. Cada cierto rato
sacaba su espejo, se miraba un poco en él y volvía a guardarlo, hasta que se lo
quité de las manos y lo puse frente a mí en el mismo ángulo: Llevaba casi toda
la clase espiando a la chica, Adira.
—¿En serio? —le susurré.
Sin el espejo, ya no podía mirarla, pero
tampoco se dignó a mirarme a mí.
Para el final de la clase, era obvio que la
materia tendría que revisarla en los textos sugeridos, porque claramente había otras
prioridades volando por la cabeza de mi amiga.
—¿Ahora qué te pasa? —le solté cuando al fin
nos liberaron de esa clase insufrible. El profesor se marchó y la sala quedó
medio vacía antes de que me contestara.
—Mi papá no sabe nada.
—¿Cómo?
—Eso. De ella. Mi papá dice que no tiene
idea quién es.
—Igual es normal, ¿no? Será alguien… ya
sabes, normal.
Natasha soltó un suspiro cansado. A veces me
hacía sentir que yo decía las cosas más tontas posibles sin notarlo.
—¿Tienes un minuto?
Adira apareció realmente de la nada a un
lado de Natasha. Mi amiga y yo la miramos en conjunto, hasta que ella se posó
entre medio, excluyéndome de esa interacción.
—¿Te quedaron dudas con algo de la materia?
Me asomé por detrás de Natasha. Parecía
haber un signo de interrogación dibujado sobre la cabeza de Adira. Extendió la
mano, tendiéndole un dip.
—Estos son mis apuntes. No es mucho, no se
me da escribir, pero sí escuchar. Quería saber si concuerdan con los tuyos. Ahí
también va mi información por si necesitas contactarme.
Nat tomó el dispositivo con inseguridad. De
no ser por los lentes, estaría completamente segura de que no estaban rompiendo
contacto visual.
—¡Hola! —las interrumpí saludándola con un
gesto de la mano—. Soy Isis, amiga de Natasha. Tú debes ser Adira, ¿no?
Volteó su rostro hacia mí y asintió con suavidad.
—Lo veré en cuanto tenga tiempo —contestó
Nat al fin, guardando el dip en su bolso.
—También tendremos Estrategia juntas —comentó—.
¿Podrías decirme en qué consiste? Es la única clase que no me explicaron en el
proceso de examinación.
—Pensé que la habías aprobado el semestre
pasado —solté sorprendida, y me arrepentí de inmediato; Natasha pareció
irradiar frustración.
—Yo también. En el informe final me dijeron
que tenía que trabajar la fase de equipos desde otro ángulo, así que me
asignarían un compañero con una perspectiva distinta.
—O sea, Adira. ¿Tú no has tenido la clase
aún? ¿Nunca?
—Es mi primer semestre en la Academia.
—¿Y no tienes todavía un…?
—Así que esta es la rarita nueva —nos
interrumpieron.
Markkus y Cladius. Genial. Ni
siquiera estaban en esa clase, ¿por qué tenían que venir a molestarnos?
—¿Viste Mark? Te lo dije.
—Sí, parece que las cosas como estas se
atraen entre sí.
Markkus era un bruto de un metro
setentaicinco, con la complexión necesaria para derribar un tigre[3];
no por nada estaba en entrenamiento para la primera fila de batalla. Tenía el
pelo castaño y rizado, y la piel trigueña; apenas una mancha monocroma entre la
muchedumbre. Había sido mi compañero cuando éramos más pequeños. Fue la razón
por la que tuve que irme de Aktí de vuelta a Arthur, creo que tenía como ocho
años, y él cometió la mala decisión de burlarse de Natasha por sus ojos. Aunque
mamá me retó, papá me felicitó por el golpe; le boté un diente y me fracturé la
mano, pero valió la pena. Ojalá hubiera sido uno permanente y no de leche.
Cladius era un poco más decente, supongo,
sólo se reía de las bromas patéticas de su amigo, pero por sí solo no las
hacía; aunque tal vez fuera para quedar bien frente a Natasha y ya. Porque yo
les importaba un maní, la atención de mi amiga era lo que volvía loco a todo el
mundo. Él tenía el cabello oscuro y liso, de pequeño se lo dejaban como paje y
le quedaba terrible, pero ahora se lo estilizaba cortándoselo cuidadosamente a
cada lado y peinándolo con mucho gel en un jopo como usan los cantantes de rock
and roll; le quedaba bien, por extraño que suene, o al menos a mi amiga le
gustaba así. Era bastante más delgado que Markkus, pero era normal, pues
estaban especializándolo en control de comunicaciones y manejo de artillería, y
por lo mismo su piel cobriza apenas conocía la luz del sol.
—¿Qué quieren? —les soltó Nat, su paciencia
era tan corta como la mía, pero ella usaba las palabras en lugar de los puños.
Cladius la observó pretendiendo recién darse
cuenta de que ella estaba ahí. Markkus no le prestó atención.
—¿Qué hay con las gafas? —se inclinó para
hablarle a la cara, demasiado cerca para el gusto de cualquiera, y le dio un
capirotazo nada suave—. ¿Te crees estrella o qué?
Adira se giró lentamente hacia él y bajó los
lentes apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, impávida.
—Por favor, no vuelvas a hacer eso. No me
agrada.
—Ah, ¿sí? ¿O qué?
Le dio un golpe en el marco de los anteojos
que los empujó hacia arriba. Inmediatamente me puse en pie y me acerqué, lista
para usar los puños en cualquier momento.
—¿Acaso estás buscando que te bote otro
diente, Markitos?
Me miró con un poco de recelo. Si bien él me
ganaba bastante en altura ahora, yo todavía era harto más rápida.
—¿No tienen nada mejor que hacer? —Natasha
se puso de pie al hablar, se paró junto a mí y Cladius retrocedió un paso. Algo
genial de Natasha era que, sin necesidad de violencia alguna, lograba parecer
bastante intimidante. Un poco por los ojos, otro poco por su estatura, pero su
prestancia le daba el toque.
—Sólo estoy tratando de hablar con el
bichito nuevo, nada más.
Se irguió, pero dejó su mano a la altura del
rostro de Adira.
—Ya te lo pedí por favor —habló ella
entonces, y se me erizó el cuerpo entero, sonaba como Natasha cuando se
enojaba, demasiado tranquila—. Ahora, vete.
Markkus la miró realmente como a un insecto.
—No —dijo sonriente, y estiró la mano para
quitarle las gafas, pero ella le cogió antes, torciéndole la muñeca hacia
arriba—. Eh, ¿qué haces? Para, ¡Para! ¡Duele!
Adira debía tener mucha más fuerza de la que
estaba demostrando, porque lo tuvo de rodillas en el piso casi al instante, sosteniéndole
ahí sin problemas. Ni siquiera intenté contener mi sonrisa.
—Adira, Adira, para, por favor —le pidió
Natasha con más desesperación de la que me esperaba, y recordé recién entonces que
a los compañeros se les castiga en conjunto. Pensé que entre ambas tendríamos
que convencerla, pero lo soltó de inmediato—. Gracias —el alivio en su voz era evidente.
Asintió como si el favor hubiera sido tan simple como conseguirle un vaso con agua. La chica era de lo más extraña. Si Natasha no la
quería más como compañera, yo iba a solicitar que nos emparejaran porque sí que
necesitaba a alguien así en mi vida.
Cladius agarró a Markkus del otro brazo y se
lo llevó a tirones, corriendo más rápido que el viento.
—¿Qué le pasa a esa loca?
—No sé y no quiero saberlo. Apúrate.
Cuando salieron de la sala, quedamos
finalmente a solas. Adira estaba girada hacia la puerta, y mi amiga tenía la
vista fija en la muchacha, con la mandíbula tensa y los ojos ardiendo de ira.
Esto prometía ser interesante.
[1]
Dispositivo de transferencia de información digital.
[2]
Equivalente cultural. Felis silvestris catus no existe en Vrao, si bien
hay otros felinos similares, mas éstos no han sido domesticados aún.
[3]
En efecto, los tigres existen en Vrao, pero están limitados a las regiones
selváticas del oeste, más tropicales que el área donde apareció la princesa
azul.

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