4. Querido Diario: Por fin alguien logra distraer a Natasha.

 

 Día 3 — Cronta, 18 de Hermes. Año 6512.

 Volví a despertar en mitad de la noche. Encima de mi velador habían dejado un vaso de agua, que me tomé al seco, estaba muerta de sed. También había una nota escrita en papel, y debajo estaba un kap aún sellado; «El anterior se perdió en el mar, al menos este es de nueva generación. Dale las gracias al Rey» en la delicada letra de Alarik. En una bolsa plástica, aún sellada y etiquetada por el hospital, estaba la tela del torniquete, y otra nota; «Tendrás que explicarme esto. En detalle».

Solté un suspiro. No tenía nada de sueño, así que tomé el omnikap para configurarlo. Era azul, mi color favorito. Definitivamente le tenía que agradecer a mi papá y Alarik, si fuera por mi mamá me hubiera comprado naranja o ese amarillo chillón que le gustaba a ella, agh.

Cuando empezó a operar con mis datos y cargaron todos los contactos y conversaciones, tuve que apagar el sonido de las notificaciones, porque saltaron una tras otra, tras otra, tras otra. Al parecer, mi mensaje de audio había grabado también mi caída al agua, incluyendo mis gritos; cuando lo oí, sentí la temperatura de mi cuerpo subir, me quería hundir de la vergüenza.

—Le debo una disculpa enorme a este hombre —murmuré mientras me tironeaba el pelo y me hacía bolita sentada en mi cama.

Pero eso tendría que esperar. Tenía otra cosa impresa en mi cabeza: Esa sonrisa, y esos ojos oscuros.

«Jimmy, necesito tu ayuda» le escribí sin esperar que estuviera despierto, pero en realidad James nunca dormía.

«¿Qué sucede?» me contestó de inmediato, casi pude oírlo con su voz burlesca y esa falsa formalidad.

«Necesito que me ayudes a encontrar a alguien».

Lo dejé en sus manos. Si la información existía, él la hallaría de una forma u otra.

 Día 10 — Afro, 25 de Hermes. Año 6512.

 Durante el fin de semana, Alarik trajo helado y me aseguró que todo estaba bien, si yo me cuidaba según lo que me pidieron los doctores él dormiría tranquilo. Claro que, viviendo casi bajo el mismo techo, no me quedaban más opciones que seguir sus instrucciones.

También me preguntó hasta el más ínfimo detalle del accidente, sobre todo de la chica que me había salvado. Según él, no le convencía la idea de que alguien hubiera estado en el lugar y momento precisos, preparada para rescatarme, pero era imposible ignorar que, si eso acaso había sido planificado para sacar provecho de haber salvado a la princesa, existía una gran falla en su lógica: ¿Por qué hubiera desaparecido?

Luego de un par de visitas del sanador, una semana más tarde mi pierna ya estaba como nueva, lista para correr, trotar, y, más importante aún, volver a clases.

—Te encanta recordarme las peores cosas de la vida —me quejé.

—No tendría que hacerlo si tú no me hicieras la vida aún más difícil.

Era broma, pero me hice la ofendida igualmente.

—O a mí.

La voz de mi mejor amiga entrando por la puerta me subió el ánimo inmediatamente. Vino directo de la Academia, así que seguía con el uniforme puesto: la falda tableada negra, camisa blanca, chaqueta negra, y la corbata roja con el emblema de imperio; soberanamente desabrido, pero para una persona con la estatura y el atractivo de Natasha, hasta un saco de harina podía quedarle espectacular. Andaba con su largo pelo negro recogido con una cinta blanca, y había dejado dos mechones sueltos que le adornaban el rostro. Siempre tenía el aspecto perfecto de una chica bien portada y de buena familia, intentando compensar lo único que la gente veía realmente: sus ojos de iris rojo.

Para ella eran un problema al que estaba habituada. Para mí, eran sencillamente preciosos. Lo que pensara el resto del mundo no importaba, o al menos ella decía que no le importaba, pero yo la conocía demasiado como para creerme eso.

—Adivina quién te trajo más tarea —dijo en tono cantadito entregándome un pequeño dip[1]—. Y helado. También traje helado.

Se rio de mí con todos los cambios de expresión en mi rostro y se sentó al borde de mi cama.

—¿Cómo está esa pierna? ¿Te la van a tener que cortar?

—Por desgracia. Si mi salvadora hubiera llegado un segundo antes —.

Ambos emitieron un quejido.

—Si te escucho hablar una vez más de ella, te voy a devolver al mar.

—Okay, okay, no de nuevo, ya sé, lo siento —contesté entre risas; tal vez se me estaba pasando un poco la mano—. Tú sí que no te ves muy bien. ¿Pasó algo?

Soltó un sonido lo más parecido a un gruñido que le he oído e hizo un gesto como de gato[2] enojado.

—Le asignaron una compañera —me explicó Alarik incapaz de dejar de reírse.

Evidentemente, quería interrogarla al respecto, pero Natasha me dijo que sólo sabría de ella cuando la conociera en la escuela. Era imperativo que la conociera. Algo bien raro debería tener para que llamara así la atención de mi amiga.

 Día 14 — Selo, 29 de Hermes. Año 6512.

 Nat me había advertido que su compañera era peculiar. «¿Cómo así?» tuve la ingenuidad de preguntar. «Ya lo verás» fue su gran respuesta. El suspenso comenzaba a irritarme, pero cuando entró por la puerta, entendí.

Realizó un saludo formal a la profesora, una escueta reverencia, y luego avanzó de largo hasta un asiento al fondo de la sala, sola. Mi amiga no hizo ni el ademán de saludarla o algo. Tal vez un pequeño detalle se les había pasado a la hora de emparejarlas: su claro desinterés en socializar.

Natasha lo ocultaba a la perfección, por supuesto. La hija perfecta, popular con todo el mundo, atractiva, inteligente, el potencial para serlo todo. Y yo a su lado, poco más que una papa que habla. Tal vez si hubieran sabido quiénes eran mis padres, me hubieran tratado distinto, pero al menos todavía me quedaban unos meses antes de que mi vida fuera completamente pública. Por ahora, aún podía vivir en el anonimato gratuito de los menores de edad.

Entonces me pregunté si James de verdad lograría averiguar algo sobre «Mila». ¿Tendría edad para que su información fuera pública? ¿Eso era todo su nombre? ¿De dónde venía? ¿A dónde se fue? ¿Vivía en la ciudad? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Tenía hermanos? ¿Acaso…?

Natasha me pisó un pie y me hizo reaccionar. La clase de estudios sociales no iba a aprenderse mágicamente si yo no prestaba atención. O tal vez sí, pero no había oro suficiente en el mundo para que le hiciera una pregunta como esa a mi mamá. Al menos, fuera como fuera, tenía a Natasha para ayudarme, siempre y cuando ella estuviera pendiente de lo que explicaba la profesora, lo cual no parecía estar haciendo. Cada cierto rato sacaba su espejo, se miraba un poco en él y volvía a guardarlo, hasta que se lo quité de las manos y lo puse frente a mí en el mismo ángulo: Llevaba casi toda la clase espiando a la chica, Adira.

—¿En serio? —le susurré.

Sin el espejo, ya no podía mirarla, pero tampoco se dignó a mirarme a mí.

Para el final de la clase, era obvio que la materia tendría que revisarla en los textos sugeridos, porque claramente había otras prioridades volando por la cabeza de mi amiga.

—¿Ahora qué te pasa? —le solté cuando al fin nos liberaron de esa clase insufrible. El profesor se marchó y la sala quedó medio vacía antes de que me contestara.

—Mi papá no sabe nada.

—¿Cómo?

—Eso. De ella. Mi papá dice que no tiene idea quién es.

—Igual es normal, ¿no? Será alguien… ya sabes, normal.

Natasha soltó un suspiro cansado. A veces me hacía sentir que yo decía las cosas más tontas posibles sin notarlo.

—¿Tienes un minuto?

Adira apareció realmente de la nada a un lado de Natasha. Mi amiga y yo la miramos en conjunto, hasta que ella se posó entre medio, excluyéndome de esa interacción.

—¿Te quedaron dudas con algo de la materia?

Me asomé por detrás de Natasha. Parecía haber un signo de interrogación dibujado sobre la cabeza de Adira. Extendió la mano, tendiéndole un dip.

—Estos son mis apuntes. No es mucho, no se me da escribir, pero sí escuchar. Quería saber si concuerdan con los tuyos. Ahí también va mi información por si necesitas contactarme.

Nat tomó el dispositivo con inseguridad. De no ser por los lentes, estaría completamente segura de que no estaban rompiendo contacto visual.

—¡Hola! —las interrumpí saludándola con un gesto de la mano—. Soy Isis, amiga de Natasha. Tú debes ser Adira, ¿no?

Volteó su rostro hacia mí y asintió con suavidad.

—Lo veré en cuanto tenga tiempo —contestó Nat al fin, guardando el dip en su bolso.

—También tendremos Estrategia juntas —comentó—. ¿Podrías decirme en qué consiste? Es la única clase que no me explicaron en el proceso de examinación.

—Pensé que la habías aprobado el semestre pasado —solté sorprendida, y me arrepentí de inmediato; Natasha pareció irradiar frustración.

—Yo también. En el informe final me dijeron que tenía que trabajar la fase de equipos desde otro ángulo, así que me asignarían un compañero con una perspectiva distinta.

—O sea, Adira. ¿Tú no has tenido la clase aún? ¿Nunca?

—Es mi primer semestre en la Academia.

—¿Y no tienes todavía un…?

—Así que esta es la rarita nueva —nos interrumpieron.

Markkus y Cladius. Genial. Ni siquiera estaban en esa clase, ¿por qué tenían que venir a molestarnos?

—¿Viste Mark? Te lo dije.

—Sí, parece que las cosas como estas se atraen entre sí.

Markkus era un bruto de un metro setentaicinco, con la complexión necesaria para derribar un tigre[3]; no por nada estaba en entrenamiento para la primera fila de batalla. Tenía el pelo castaño y rizado, y la piel trigueña; apenas una mancha monocroma entre la muchedumbre. Había sido mi compañero cuando éramos más pequeños. Fue la razón por la que tuve que irme de Aktí de vuelta a Arthur, creo que tenía como ocho años, y él cometió la mala decisión de burlarse de Natasha por sus ojos. Aunque mamá me retó, papá me felicitó por el golpe; le boté un diente y me fracturé la mano, pero valió la pena. Ojalá hubiera sido uno permanente y no de leche.

Cladius era un poco más decente, supongo, sólo se reía de las bromas patéticas de su amigo, pero por sí solo no las hacía; aunque tal vez fuera para quedar bien frente a Natasha y ya. Porque yo les importaba un maní, la atención de mi amiga era lo que volvía loco a todo el mundo. Él tenía el cabello oscuro y liso, de pequeño se lo dejaban como paje y le quedaba terrible, pero ahora se lo estilizaba cortándoselo cuidadosamente a cada lado y peinándolo con mucho gel en un jopo como usan los cantantes de rock and roll; le quedaba bien, por extraño que suene, o al menos a mi amiga le gustaba así. Era bastante más delgado que Markkus, pero era normal, pues estaban especializándolo en control de comunicaciones y manejo de artillería, y por lo mismo su piel cobriza apenas conocía la luz del sol.

—¿Qué quieren? —les soltó Nat, su paciencia era tan corta como la mía, pero ella usaba las palabras en lugar de los puños.

Cladius la observó pretendiendo recién darse cuenta de que ella estaba ahí. Markkus no le prestó atención.

—¿Qué hay con las gafas? —se inclinó para hablarle a la cara, demasiado cerca para el gusto de cualquiera, y le dio un capirotazo nada suave—. ¿Te crees estrella o qué?

Adira se giró lentamente hacia él y bajó los lentes apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, impávida.

—Por favor, no vuelvas a hacer eso. No me agrada.

—Ah, ¿sí? ¿O qué?

Le dio un golpe en el marco de los anteojos que los empujó hacia arriba. Inmediatamente me puse en pie y me acerqué, lista para usar los puños en cualquier momento.

—¿Acaso estás buscando que te bote otro diente, Markitos?

Me miró con un poco de recelo. Si bien él me ganaba bastante en altura ahora, yo todavía era harto más rápida.

—¿No tienen nada mejor que hacer? —Natasha se puso de pie al hablar, se paró junto a mí y Cladius retrocedió un paso. Algo genial de Natasha era que, sin necesidad de violencia alguna, lograba parecer bastante intimidante. Un poco por los ojos, otro poco por su estatura, pero su prestancia le daba el toque.

—Sólo estoy tratando de hablar con el bichito nuevo, nada más.

Se irguió, pero dejó su mano a la altura del rostro de Adira.

—Ya te lo pedí por favor —habló ella entonces, y se me erizó el cuerpo entero, sonaba como Natasha cuando se enojaba, demasiado tranquila—. Ahora, vete.

Markkus la miró realmente como a un insecto.

—No —dijo sonriente, y estiró la mano para quitarle las gafas, pero ella le cogió antes, torciéndole la muñeca hacia arriba—. Eh, ¿qué haces? Para, ¡Para! ¡Duele!

Adira debía tener mucha más fuerza de la que estaba demostrando, porque lo tuvo de rodillas en el piso casi al instante, sosteniéndole ahí sin problemas. Ni siquiera intenté contener mi sonrisa.

—Adira, Adira, para, por favor —le pidió Natasha con más desesperación de la que me esperaba, y recordé recién entonces que a los compañeros se les castiga en conjunto. Pensé que entre ambas tendríamos que convencerla, pero lo soltó de inmediato—. Gracias —el alivio en su voz era evidente.

Asintió como si el favor hubiera sido tan simple como conseguirle un vaso con agua. La chica era de lo más extraña. Si Natasha no la quería más como compañera, yo iba a solicitar que nos emparejaran porque sí que necesitaba a alguien así en mi vida.

Cladius agarró a Markkus del otro brazo y se lo llevó a tirones, corriendo más rápido que el viento.

—¿Qué le pasa a esa loca?

—No sé y no quiero saberlo. Apúrate.

Cuando salieron de la sala, quedamos finalmente a solas. Adira estaba girada hacia la puerta, y mi amiga tenía la vista fija en la muchacha, con la mandíbula tensa y los ojos ardiendo de ira. Esto prometía ser interesante.



[1] Dispositivo de transferencia de información digital.

[2] Equivalente cultural. Felis silvestris catus no existe en Vrao, si bien hay otros felinos similares, mas éstos no han sido domesticados aún.

[3] En efecto, los tigres existen en Vrao, pero están limitados a las regiones selváticas del oeste, más tropicales que el área donde apareció la princesa azul.


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