3. Bitácora: Down the rabbit hole.
Día 1 — Zero, 16 de Hermes. Año 6512.
El olor a carne quemada me mareaba y
asqueaba, quería vomitar, pero era mi Adi, y si yo no resistía menos lo haría
ella.
Me armé de valor y miré: su piel variaba del
rojo al negro, estaba inflamada, y donde se le abría expelía coágulos. Se me
apretó el estómago, y tuve que contener una arcada, las náuseas eran muy
fuertes. Adira lucía pálida e hiperventilaba, estaba sudando. Zara se había
hincado en el piso tras ella y la tenía sujeta con un brazo mientras con el
otro le hacía cariño frenéticamente en el pelo, y le murmuraba cosas en español,
árabe y hebreo alternado.
—Alá, qué asco. Adi, al ti-ra, al
tif-chad, Adira, kulu shay' ealaa ma yuram la taqlaq.[1]
Paz estaba agachada frente a ellas, enojada,
mascullando en un hilo interminable todos los insultos que conocía. Tenía ambas
manos a apenas unos centímetros del brazo de mi amiga, aparentemente con la
intención de sujetarla para examinarla, pero estaba tiritando.
—Maldita sea, Adira… Mantén la calma. Tengo
que… tengo que…
—¡Pero hazlo ya! —chilló Fernanda. Paz ya
estaba demasiado alterada, y eso fue suficiente para hacerla perder el
equilibrio. El sentido común per se no es una de sus facultades y lo
comprobé cuando tuve que atestiguar cómo, para no caerse, se afirmaba del brazo
calcinado de mi mejor amiga.
«La mato» fue lo primero que pensé cuando oí
a Adira emitiendo uno de esos quejidos de dolor ahogado. «La voy a matar, ahora
sí que la mato, la…». Pero no fui capaz de moverme, ni de reaccionar realmente.
Me quedé helada, observando a Paz con un odio visceral.
Fernanda pegó un chillido y se agarró de
Ledya, enterrándose en su hombro con tal de no ver, y por instinto, o costumbre,
ésta última tomó mi mano igualmente. Sin darme cuenta, yo también dejé salir un
grito medio amorfo, entre pánico y rabia, pero que no duró mucho; tenía la
garganta medio seca y se apagó mientras iba saliendo.
Lo que se sintió como varios minutos de
sopesar cómo me desquitaría con Paz de esta, en realidad fueron apenas unos
segundos, y sólo desperté de mi trance vengativo cuando Zara volvió a hablar.
—Bint jála… ¿Ves…? ¿Ves lo que yo?
¿Me volví loca?
Ledya estaba a punto de cortarme la
circulación en la mano, y Fernanda se había puesto a llorar así que no vio lo
que vimos nosotras.
En el suelo, medio putrefacto, yacía un amasijo
de piel y carne calcinada. Uno a uno otros trozos fueron cayendo del brazo de
Adira, revelando poco a poco la piel sana de mi amiga. (¿Esa capa rosadita de piel
que ves cuando te sacas un cuerito? No, no. ¿Piel cicatrizada? Pues tampoco. Piel
epidérmica sana). Así, hasta que lo único que faltaba era la sección de
piel prensada entre el brazo de Adira y las manos de Paz, aferradas con tanta
fuerza que se le marcaban los nudillos.
—¿Qué pasó? —interrumpió la tensión
Fernanda— ¿Por qué ya no estamos gritando? ¿Puedo mirar?
—No creo que quieras hacerlo aún —le contestó
Ledya.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —Fernanda dejó de
esconder la cara, y Ledya le tapó los ojos justo a tiempo.
—La verdad, no sé, pero quisiera no haberlo
visto.
—Yo tampoco —salió de mis labios. Tenía el
estómago un poco revuelto. Pero la curiosidad era más fuerte. «Es que lo veo y
no lo creo». Ahí estaba su brazo, tal y como era hasta hace unos minutos. Intacto.
Incólume. Impecable.
Bueno, no, ninguna de las anteriores. Adira ha
tenido los brazos llenos de cicatrices desde que la conozco, que no tengo la
menor idea de cómo se hizo salvo dos de ellas, y todas seguían ahí, sus
lunares, y hasta esa marca que tenía cerca del codo cuando por accidente la
quemé con aceite hace tres años.
Lo que quiero decir es que toda la historia
que estaba escrita en su piel seguía ahí, y no queda el menor rastro de la
reciente quemadura.
«Si Adi no se desmaya pronto creo que va a
ser mi turno de usar esa carta». Pero no se desmayó, si no que se puso en pie,
y con cuidado y firmeza ayudó a Zara y Paz a incorporarse también, aunque
seguían un poco atónitas. Paz estaba más pálida de lo usual, parecía confundida
y mareada, y tuvo que afirmarse de Zara. Yo podía escuchar la sangre bombeando
en mis oídos, y nada más. Vi a Adira acercárseme moviendo los labios, pero no
pude oírla. «Parece que de verdad me voy a desmayar».
—I got you —me susurró al oído, en
ese inglés a medias que usaba sólo para mí, y sentí sus brazos alrededor de mí
justo cuando perdía la fuerza en las rodillas. Me sujetó como si pesara menos
que una pluma.
—Me duele la cabeza.
—Cierra los ojos un rato. Descansa. Pronto
va a pasar.
Obedecí, e inmediatamente empecé a sentirme
aliviada y recobrada. Esa era la magia de Adira. Ella nunca lo notaba, pero
tenía un poder incomparable con su voz, una capacidad de persuasión que
cualquier político anhelaría.
—¿Puedes quedarte en pie? —asentí, y ella me
apoyó cuidadosamente sobre el hombro de Ledya. Abrí los ojos justo para ver a
Paz caminando hacia nosotras, y mi dolor de cabeza se transformó inmediatamente
en una jaqueca.
Adira dio un lento paso lejos de mí, e hice
el amago de ir tras ella, pero Ledya me tenía firmemente sujeta. La miré
confundida, pero estaba demasiado concentrada en nuestras amigas como para
preocuparse por nimiedades como mi reproche. A mí no se me ocurría lo que
estaba a punto de pasar, y que Ledya ya veía venir.
Paz agarró a Adira con brusquedad y pegó un
tirón, pero mi amiga no se movió ni un centímetro. Se volteó con las cejas
alzadas, sin decir nada.
—¿Qué fue eso? —le exigió Paz. Adira
presionó los labios y se encogió de hombros. Paz se tensó como un gato—.
¡Contéstame algo!
Probablemente sin pensar, como siempre, Paz
le propinó un empujón que podría haber botado al piso a cualquiera, pero Adira
no se vio afectada. Abrió la boca para hablar, pero al parecer Paz ya no quería
respuestas. Intentó agarrarla del suéter, pero Adira se quitó velozmente del
camino.
—Paz…
—¡Cállate y deja de moverte!
Paz cerró su mano derecha en un puño y es
entonces cuando tuvieron que agarrarme entre Fernanda y Ledya para que no
interviniera. Pero Adira no necesitaba mi ayuda, ni la de nadie.
Paz lanzó el golpe, directo a la cara, y
Adira lo esquivó sin problemas. Retrocedió un paso mientras esquivaba otro. Y
el siguiente se tomó la molestia de desviarlo con el antebrazo. Había algo
extraño en la velocidad de sus movimientos; quiero decir, estaba al tanto de
que Adira sabía algún arte marcial, aunque no cuál, y ya la había visto
anti-pelear antes, pero esto daba la sensación de que Paz se estuviera moviendo
en cámara lenta en comparación a Adira. Era como… como… ¡Ah!
«Respiración del Rayo. Primera postura:
Destello del relámpago»[2]
pensé al ver el último golpe que Paz intentó conectar. Adira lo agarró con una
mano, y la hizo bailar en un movimiento fluido con el cual le tomó la otra y la
inmovilizó con ambos brazos por la espalda.
—No tengo una respuesta —dijo entonces,
tranquilamente, mientras Paz se removía tratando de liberarse—, pero pretendo
encontrar una. Y necesito tu ayuda para hacerlo.
Paz bajó la guardia por un instante, y dejó
de resistirse. Tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido. Zara se agachó en
cuclillas en frente de ella y le puso una mano suavemente sobre el hombro.
—Pasita —le dijo afectuosamente—, por favor.
Ahora mismo necesitamos cooperar. Yo te necesito.
Soltó un suspiro pesado y dejó caer los
hombros. Sólo entonces nos liberaron a ambas a la vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó Ledya entonces.
Era justo lo que no quería oír.
Adira la quedó mirando por un segundo, y
sacó su celular. Inmediatamente todas la imitamos, pero ninguna tenía señal, y
a algunas se nos estaba acabando la batería.
—Ni idea —admitió Adira pensativa. En sus
ojos podía ver algo tejiéndose en su cabeza.
—¿Y qué vamos a hacer?
Se sostuvieron la mirada por un largo
momento, como si estuvieran pensando en conjunto.
—Creo que lo mejor que podemos hacer es…
hallar refugio, agua y comida, en ese orden.
—¿Por qué? —le exigió Paz, y Zara le pegó un
codazo en las costillas.
Adira tomó aire, pero no habló. En cambio,
Fernanda tomó la palabra, con su voz aguda y hablar cantadito, y sus
movimientos de princesa animada que acompañaban a todo lo que dijera
—Por ahora, no podemos volver. Que yo sepa,
ninguna anda con agua ni comida, a lo más una barrita nutritiva, y vamos a
necesitar harto más que eso. Así que, yo que tú, escucharía a la que ya ha
estado sobreviviendo a base de ramitas y hojas más veces que nadie.
Todas nos volteamos hacia ella, observándola
con distintos grados de sorpresa y el mismo nivel de mutismo. De haber estado
en un cómic, todas excepto Adira hubiéramos tenido un globo de texto en la cabeza
con un signo de interrogación. Pero ninguna reaccionó suficientemente rápido
como para preguntar algo.
—Si vamos hacia allá podemos encontrar agua
—habló Adira indicando hacia ve-tú-a-saber-dónde con su brazo derecho—. Y tal
vez en el camino haya algún refugio. Creo que es nuestra mejor opción.
—A ver, ¿Y cómo sabes tú que…? —Zara le
sujetó el brazo a Paz antes de que siguiera hablando.
—Por las aves —contestó Ledya—. ¿No es así?
—Adira asintió— Generalmente donde oigas aves habrá agua cerca.
Paz empezaba a lucir más frustrada que
enojada.
—¿Acaso todas hicieron un curso de
supervivencia del que me perdí?
Me reí, desgraciadamente eso sirvió para
devolverle un poco su ego.
—No —contestó Zara con voz cansada—, pero
todas nos hemos perdido con Didi alguna vez.
—O más de una vez.
—Yo ya llevo como seis.
Adi sonrió avergonzada y se sonrojó hasta
las orejas. Generalmente era su culpa, siempre había sido un poco impulsiva,
pero nunca nos había fallado en llevarnos de vuelta.
—¿Entonces? —la instó Paz— ¿A qué esperas?
Muero por verte en acción.
Hasta yo pude sentir cómo se le subió la
presión a mi amiga al oír esas palabras.
—Eh, claro, bien, eh… —bajó la mirada y se
mordió el labio. Había algo que seguía rumiando en su mente, pero no dejó que
la detuviera—. Síganme los buenos
—esbozó una pequeña sonrisa entusiasta, y cada una de nosotras emitió un
quejido que la hizo reír. Estaba aterrada, como todas, pero con esa sonrisa característica
de ella comenzó a caminar, y eso nos infundió el coraje suficiente para seguirla.
[1]
Traducción aproximada: «Adi, no te asustes, Adira, todo estará bien, no te preocupes».
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