4. Pesadilla: ¿Acaso no puedes hacer nada bien?

 

 Año 2018.

 Mi hermana nació en un septiembre que había estado inusualmente helado, según me dijo mamá, y estaba lloviendo a cantaros; yo tenía tres años, imposible acordarme. Lo que sí recuerdo, es el primer momento en que la vi. Estaba envuelta como un burrito, y tenía los ojos muy, muy abiertos. Me pregunté si era normal que los bebés se vieran así. Babeaba un poco, y tenía las mejillas gorditas y rosaditas. A partir de ese momento y para siempre, no habría cosa que me pareciera más maravillosa que mi hermanita, Yelena.

Al igual que yo, era un bebé muy inquieto. Para cuando tenía un año y medio, se había vuelto un problema monumental, porque le ponían sus zapatitos y empezaba a correr en todas direcciones, era imposible de detener. Al menos hasta que papá la llamaba, y ella partía volando en su dirección.

A mí me gustaba treparme a cosas, siempre, árboles, rocas, paredes si es que podía, y mi mamá siempre me atajaba justo a tiempo.

Era impresionante la paciencia que nos tenían.

 

Una de esas tardes extrañas en que nos llevaban a un parque, mi hermana andaba adherida de mí, quería hacer todo lo que yo hiciera, aunque a mi papá no le gustaba porque podía ponerla en mucho riesgo, así que me pidió encarecidamente que no tentara a la suerte. Así que no lo hice. Contuve mi energía, tenía que cuidar a mi hermana, y si mi papá lo decía entonces había que hacerlo.

Pero mi hermana no tenía por qué seguir instrucciones. En cuanto se dio cuenta de que yo estaba haciendo nada, ella decidió que no perdería su tiempo conmigo, y echó a correr hacia los juegos. Inmediatamente, salí persiguiéndola, no podía permitir que algo le pasara. Ella, sin embargo, creyó que estábamos jugando, y cada cierto rato miraba hacia atrás para asegurarse de que yo no estaba demasiado cerca. En una de esas, fue que no vio la banca de madera que tenía delante. Se dio con todo el costado de la cabeza en uno de los tornillos, y de inmediato se largó a llorar a todo pulmón.

—Lena —me acerqué corriendo—, Lena, no, no, no.

De la impresión no había mucho más que pudiera decir. Padres y madres se nos acercaron de todos lados, y yo me quedé congelada cuando estuve junto a mi hermana. Su cabello marrón estaba empapado en sangre, la cual brotaba del costado de su cabeza como de una llave. Tal vez mi memoria esté exagerando el recuerdo, o no, sólo sé que era la mayor cantidad de sangre que había visto en mi vida, y no paraba de manar de la herida abierta.

—Yelena —gritó mi papá, lleno de rabia y preocupación, atravesando la multitud de gente para tomarla en brazos—, Lena, mi amor, mi vida —murmuró temblando, y se largó cargando a mi hermana. Inmediatamente apareció mi mamá, y me tomó en andas a mí.

—Vamos, princesa, tenemos que irnos —me dijo urgida, pero manteniendo la compostura. Mamá siempre era de mantener la calma hasta en las peores situaciones; no entendía cómo lo lograba.

Mamá me puso en el asiento del copiloto, y dejó atrás a mi papá cargando a mi hermana, mientras él lloraba y le quitaba el pelo ensangrentado de la cara. Era realmente toda una escena.

En el hospital, mi mamá le quitó mi hermana de los brazos a mi papá y le dijo que ella se haría cargo hasta que él se recompusiera. «La niña necesita a alguien que la ayude, no que la estrese más» agregó sin pensar, mi padre se quedó en la sala de espera de urgencias conmigo, apestando a sangre que lentamente se iba secando y tornando marrón toda su ropa, su camisa a cuadros, sus jeans, hasta sus zapatillas blancas habían quedado manchadas. Él olía a sudor y a sangre, y mientras más tiempo pasaba cerca de él, más me daba vueltas la cabeza.

—Te pedí una sola cosa —dijo finalmente, cuando se le acabaron las lágrimas—. Una sola cosa: que cuidaras a tu hermana. ¿Acaso no puedes hacer nada bien?

 

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