4. Pesadilla: ¿Acaso no puedes hacer nada bien?
Año
2018.
Al igual que yo, era un bebé muy inquieto. Para
cuando tenía un año y medio, se había vuelto un problema monumental, porque le
ponían sus zapatitos y empezaba a correr en todas direcciones, era imposible de
detener. Al menos hasta que papá la llamaba, y ella partía volando en su
dirección.
A mí me gustaba treparme a cosas, siempre,
árboles, rocas, paredes si es que podía, y mi mamá siempre me atajaba justo a
tiempo.
Era impresionante la paciencia que nos tenían.
Una de esas tardes extrañas en que nos
llevaban a un parque, mi hermana andaba adherida de mí, quería hacer todo lo
que yo hiciera, aunque a mi papá no le gustaba porque podía ponerla en mucho
riesgo, así que me pidió encarecidamente que no tentara a la suerte. Así que no
lo hice. Contuve mi energía, tenía que cuidar a mi hermana, y si mi papá lo
decía entonces había que hacerlo.
Pero mi hermana no tenía por qué seguir
instrucciones. En cuanto se dio cuenta de que yo estaba haciendo nada, ella
decidió que no perdería su tiempo conmigo, y echó a correr hacia los juegos.
Inmediatamente, salí persiguiéndola, no podía permitir que algo le pasara.
Ella, sin embargo, creyó que estábamos jugando, y cada cierto rato miraba hacia
atrás para asegurarse de que yo no estaba demasiado cerca. En una de esas, fue
que no vio la banca de madera que tenía delante. Se dio con todo el costado de
la cabeza en uno de los tornillos, y de inmediato se largó a llorar a todo pulmón.
—Lena —me acerqué corriendo—, Lena, no, no,
no.
De la impresión no había mucho más que
pudiera decir. Padres y madres se nos acercaron de todos lados, y yo me quedé
congelada cuando estuve junto a mi hermana. Su cabello marrón estaba empapado
en sangre, la cual brotaba del costado de su cabeza como de una llave. Tal vez
mi memoria esté exagerando el recuerdo, o no, sólo sé que era la mayor cantidad
de sangre que había visto en mi vida, y no paraba de manar de la herida
abierta.
—Yelena —gritó mi papá, lleno de rabia y
preocupación, atravesando la multitud de gente para tomarla en brazos—, Lena,
mi amor, mi vida —murmuró temblando, y se largó cargando a mi hermana.
Inmediatamente apareció mi mamá, y me tomó en andas a mí.
—Vamos, princesa, tenemos que irnos —me dijo
urgida, pero manteniendo la compostura. Mamá siempre era de mantener la calma
hasta en las peores situaciones; no entendía cómo lo lograba.
Mamá me puso en el asiento del copiloto, y
dejó atrás a mi papá cargando a mi hermana, mientras él lloraba y le quitaba el
pelo ensangrentado de la cara. Era realmente toda una escena.
En el hospital, mi mamá le quitó mi hermana
de los brazos a mi papá y le dijo que ella se haría cargo hasta que él se
recompusiera. «La niña necesita a alguien que la ayude, no que la estrese más»
agregó sin pensar, mi padre se quedó en la sala de espera de urgencias conmigo,
apestando a sangre que lentamente se iba secando y tornando marrón toda su
ropa, su camisa a cuadros, sus jeans, hasta sus zapatillas blancas habían
quedado manchadas. Él olía a sudor y a sangre, y mientras más tiempo pasaba
cerca de él, más me daba vueltas la cabeza.
—Te pedí una sola cosa —dijo finalmente,
cuando se le acabaron las lágrimas—. Una sola cosa: que cuidaras a tu hermana.
¿Acaso no puedes hacer nada bien?
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