6. Дневник (dnevnik) [Diario]: Agua. Sólo quería agua. ¿Por qué ni eso?

         Luego de media hora de caminata, entre el tupido follaje comenzó a hacerse visible una montaña pequeña, o un cerro enorme, no estaba muy segura de cómo llamarle. No podía ver la base con mucha claridad, pero parecía tener una caverna bastante alta, como para que entrara un camión con acoplado.

«Refugio» pensé aliviada, precipitándome como siempre. Aceleré un poco la marcha, ansiosa por examinar la cueva, y escuché las voces de mis amigas tras de mí desaparecer en apenas un segundo. «Un instante de alivio mental». Realmente me tenía angustiada tenerlas ahí conmigo. Estaban en peligro. Y era mi culpa.

Para mi sorpresa, no era una gruta, si no que un túnel, rústico y aparentemente en desuso, pero claramente hecho por… algo o alguien. A cada lado de la entrada había un montón de tubos de color amarillo fluorescente de distintos largos y diámetros. Y, aunque muy anteriores a nosotras, había claras huellas de neumáticos y de pasos que venían de un camino hecho por desgaste que entraba en un ángulo aproximado de sesenta grados a la pared del cerro (o montaña, lo que fuera). No se oía ni veía nada ir o venir. Estábamos cerca de algún tipo de civilización, pero no lo suficiente.

—¡Adi! —los gritos volvieron a mí de pronto.

—¡Adira! —Fernanda me agarró del brazo, asombrada y sin aliento— ¿Cómo hiciste eso?

—¿Cómo hice qué?

—¡Cómo corriste! —exclamó Zara; ella y Martina estaban la una afirmada de la otra, parecían a punto de desvanecerse.

—Pero si sólo… —me corté a mitad de la frase, cuando vi que Paz y Ledya estaban en realidad bastante lejos. Ellas no iban a correr, claro; los cigarros y el asma no ayudan mucho en clase de gimnasia, menos lo harán en el mundo real— corrí.

—¡Más rápido que yo! —Fernanda intentó sonar orgullosa, pero el deje de envidia fue evidente. Me la quedé mirando atónita un largo instante, hasta que comprendí que siguió hablando— …Andrea siempre parte más rápido, pero baja la velocidad a la mitad y le gano, pero ni siquiera Francisco puede —y la corté.

—Entendido. Rápido. Más rápido que un humano común.

—Usain Bolt, quién te conoce —contestó Martina riéndose y sonreí.

Era verdad. Ni siquiera me había dado cuenta, pero eran definitivamente más de cien metros, todo el largo de una cancha de fútbol, y apenas lo había notado, ni siquiera estaba cansada. Probé a flexionar las rodillas, a ver si algún músculo estaba resentido o algo peor, pero todo parecía estar en orden. Me quedé mirando fijamente mis zapatillas, se me habían desatado las agujetas de una y se me estaba soltando la otra. Le hice un pequeño a gesto a Fernanda y dejó de apoyarse en mí, para poder agacharme.

—¿Esas… esas son… son huellas de neumáticos? —Martina habló aún entre hondas respiraciones y exhalaciones. Me até rápido la primera zapatilla, la otra intenté ajustarla un poco, pero…

—¡Personas! —exclamó Fernanda con la voz una octava más alta y el rostro lleno de felicidad, aplaudiendo y dando saltos en su lugar. Su exaltación me hizo perder el equilibrio y tuve que apoyar mis manos en el suelo para no caerme.

—¿Segura? —contestó Zara, también agitada todavía. Probablemente era todo lo que se sentía capaz de decir. Tanto por el aire, como porque parecía bastante asustada.

—¿Qué quieres decir? —Fernanda dejó de saltar y se abrazó a sí misma, pero no hubo respuesta. Así que tomé yo la palabra.

—Este sitio es algo… —me esforcé para ponerme en pie por mí misma— inusual. Creo que merece que seamos más cuidadosas.

Las tres se voltearon hacia mí con su propia expresión de incredulidad, que rápidamente se convirtió en carcajadas descontroladas.

—¿Cuidadosas? —se burló Fernanda— Mira quién habla.

Sonreí y bajé la mirada. Al menos no le había entrado el pánico histérico.

—¡Cuidadosas! —repitió Zara, que apenas podía respirar entre la risa y el cansancio. Apreté los labios y la quedé mirando fijo, pero ni cosquillas le hice a su buen humor.

—Como que ya estuvo bueno, ¿no?

Martina se me acercó conteniendo una sonrisa y cuando estuvo a un par de centímetros de mi rostro dejó de reprimirla y se escaparon sus risitas de princesa.

—No vayamos a perder un brazo o una pierna.

Se rio con tantas ganas que tuvo que apoyarse en mí. Yo la sostuve con una sonrisa de oreja a oreja. Bien, sí me estaba causando algo de gracia. La verdad es que, de todas, yo tenía el registro médico más extenso, incluso sin contar los accidentes causados por terceros.

—Chistositas —solté pretendiendo estar enfadada. Fernanda se me colgó del otro lado y me dio un beso en la mejilla, a modo de disculpas, pero me convirtió automáticamente en un manojo de nervios.

Las dejé ahí riéndose, y bajé entre saltos y tropezones la leve declinación hacia la entrada del túnel. Mientras más me acercaba, más me arrepentía de cada paso que iba dando. Tenía la piel de gallina. Sentía que mi estómago daba vueltas sobre sí mismo.

—¿Estás bien? —Martina me susurró al oído y casi di un salto. Su mano estaba en mi mano, helada como siempre, sujetándome firme; la tensión en mi abdomen se diluyó levemente. No me di cuenta en qué momento dejé de avanzar, estaba realmente absorta en la oscuridad del túnel. «Como la boca de un lobo» hubiera dicho mi madre.

Inhalé hondo, exhalé lento. Luego, asentí. No me gustaba admitirlo, pero la oscuridad me causaba algo… angustiante.

Me dejé caer en el suelo, cruzada de piernas, y Martina se sentó cuidadosamente a mi lado.

—¿Qué piensas?

Me encogí de hombros y ella me tomó del brazo, mirándome atentamente.

—Pienso que tenemos que encontrar agua —ella asintió—, pero eso está del otro lado de este túnel. Podríamos rodear la montaña, pero —.

—Es un cerro —me corrigió amablemente—. Prosigue.

—Pero la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. Y este túnel es la línea recta. Y podría ser nuestro refugio. Pero necesitamos luz para atravesarlo.

Lo sopesó un instante.

—¿Y si, entre estas extrañas habilidades mágicas, alguna de nosotras brilla?

Me reí.

—Oh, sería genial. Como en esa película, Escuela de Superhéroes.

—Si yo soy la que se transforma en una cobaya, te morderé.

Se me escapó una carcajada y ella también se rio.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó Paz, y Martina se tensó.

—Nada —contestó inmediatamente.

Apreté los labios para no reírme otra vez.

—Tenemos una especie de problema. Necesitamos luz.

—No ando con fuego.

Martina inhaló hondo, conteniendo algún comentario mordaz, y yo me reí.

—Más luz que esa. Creo que tenemos que cruzar el túnel.

—¡¿Qué?! —siendo claustrofóbica, supongo que la idea de caminar por un tiempo indefinido a través de un espacio oscuro y cerrado no le atraía demasiado a Ledya.

—Es… —dudé por una fracción de segundo, e inmediatamente me puse en pie y cambié mi tono— Es nuestra mejor opción —dije firme—, sólo tenemos que conseguir una forma de iluminar el camino. Tal vez podemos hacer fuego si me ayudan a recolectar algunas ramas secas, y luego —.

—¿Ramas secas? —soltó Paz con un bufido, pero no la miré; podía sentirla irradiando su rabia en todas direcciones— ¿Dónde crees que estamos? ¿En un campamento Scout? ¿De dónde diablos quieres que saquemos tus putas ramitas secas?

Su ira fue escalando y escalando hasta que no pudo contenerse más. Corrió dos pasos y les atizó una patada a unos de los tubos esparcidos por allí, mandándolos a volar contra la pared de roca; el golpe no produjo el sonido que esperaba. Al observar con mayor detalle me di cuenta de que algunos se habían partido, dejando esquirlas esparcidas y piezas en mitades afiladas. «¿Son… piedras?». Me agaché encuclillas y recogí uno de los trozos que cayó cerca de mis pies; era como del tamaño de un lápiz, se sentía suave y pesado. En cuanto lo toqué, éste comenzó a emitir luz. Lo giré de un lado a otro para examinarlo, y el componente lumínico se movió dentro del cristal como si de un líquido se tratara. Quería saltar y pegar un grito de felicidad, pero mantuve la compostura. ¡Teníamos linternas! Levanté la mirada emocionada, pero me topé con un montón de caras atónitas.

—¡…linternas! —dije tratando de contagiarles mi entusiasmo, pero no funcionó muy bien.

—¡Didi, suelta eso! —me ordenó Paz con hastío, pero no lo hice. Me molestó, y apreté más fuerte el fragmento, lo que lo hizo brillar más. Mi entusiasmo ganó otra vez, realmente había descubierto algo genial, me sentía orgullosa. Comencé a palparlo más cuidadosamente, tenía una textura ligeramente áspera, definitivamente era mineral, pero uno muy extraño; en realidad era blanco, y el amarillo era alguna especie de carga o combustible líquido que iba disminuyendo proporcionalmente al gasto de luz.

Me desenrollé la manga izquierda del suéter y la estiré para que tapara mi mano; con ésta interponiéndose en el contacto con el tubo, ya no brillaba. “Genial” pensé tan orgullosa como si hubiera sido mi propio invento.

Entonces fue cuando Paz me lo quitó de las manos y lo arrojó con toda la fuerza que pudo al piso, haciéndolo añicos.

—Ahí quedó tu linterna.

Giré mi cuerpo un cuarto de vuelta. Cerré los ojos. Inhalé hondo. Exhalé lento. Repetí. Una vez, dos veces, tres veces, y me calmé. Dentro de mis múltiples defectos, el peor de ellos era la ira.

—Adi —la voz suave de Martina me trajo de vuelta. Con una mano sujetaba la mía, la otra la tenía apoyada en mi hombro. No formuló la pregunta.

—Túnel —dije con decisión y tranquilidad. Exhalé lento, serena, y ella me soltó.

—¿Estás segura? —corroboró Zara.

—Totalmente —mentí mientras me desenrollaba la otra manga del chaleco, evitando hacer contacto visual.

—¿Por qué? —insistió Ledya.

—Porque así al menos tendremos refugio si cae la noche.

—¿La noche? —soltó Paz.

—¿Vamos a tener que dormir… aquí? —Fernanda sonaba angustiada.

—Es… sólo una precaución —dije usando mi voz de seguridad. Servía con los ataques de pánico de Simón, tendría que servir con mis amigas.

Fernanda me observaba aterrada, realmente estaba alcanzando su límite. Me acerqué a ella en un par de zancadas y le tomé suavemente ambas manos.

—Hey, Fer —le dije mirándola a los ojos—. Todo va a estar bien, ¿de acuerdo? No dejaré que nada malo les pase —sorpresivamente, se apretujó contra mi pecho, y yo la envolví entre mis brazos paternalmente—. Todo va a estar bien —repetí y, lentamente y luego de un par de sollozos, se relajó.

—Bien… —aceptó temblorosa.

—Yo no voy a seguir más a Indiana Jones —dijo finalmente Paz. Fernanda se tensó y se volteó para contestarle, pero Ledya se le adelantó.

—¿Acaso tienes una mejor idea? Porque nos encantaría oírla —Paz quedó congelada—. Excelente, entonces, ¿por qué no tomas un tubo y te callas?

Eso… no me lo esperaba. Evidentemente estábamos todas con los nervios de punta, y si no me apresuraba en encontrar un lugar seguro, alguien terminaría con un cuchillo en la garganta (figurativamente, ya ves, dudo que alguna anduviera con un cuchillo). «Pero sin presiones, ¿eh?», me dije.

La mandíbula de Paz quedó colgando en el aire, atónita. A Ledya definitivamente no iba a contestarle como a mí, no se iba a arriesgar a eso, así que obedeció. Con el rabo entre las patas, Paz recogió una de las piedras y me la pasó bruscamente.

—Tú guías —me ladró.

Asentí pensativa y Fernanda me tomó la otra mano apretándome un poco más de lo necesario. Le sonreí a pesar de los nervios, y le indiqué que la necesitaría de vuelta. Tomé otros cuantos tubos, de los más grandes posibles, y los repartí, teniendo mucho cuidado en quién se quedaba con los que tuvieran filo.

—Tómenla con la manga del chaleco para no gastar luz innecesariamente; si se nos acaba una comenzaremos a usar otra. No se alejen mucho, avisen sin ven u oyen algo extraño, pero, por favor, no chillen ni corran. Vamos y… Síganme los buenos —repetí con una sonrisa, y con un gruñido grupal me siguieron dentro de la profunda oscuridad.


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