7. Bitácora: Encuentros cercanos del tercer tipo (I).
Si bien la jaqueca había disminuido con la
oscuridad del túnel, un ruido incesante y cada vez más fuerte la estaba reavivando.
Era ininteligible y molesto, peor que la gotera de la llave del baño cuando intentas
dormir.
—¿Nadie escucha algo extraño?
—¿Cómo qué?
—Yo escucho algo —admitió Ledya—, pero es…
bueno, extraño —Adira se detuvo y se
volteó, observándola fijamente, enfocando el sonido.
—¿Podrías describirlo?
Ledya apretó los labios y frunció
ligeramente el ceño.
—No. Creo que deberíamos volver.
Adira alzó una ceja e inclinó la cabeza.
Entonces, en el silencio de nuestra inmovilidad, el ruido se convirtió en
sonido. Era un grito.
—Adi, espera —le pedí.
—Alguien necesita ayuda.
—¡Adira, no! —le ordené, pero ya era
demasiado tarde. Había desaparecido.
Sin Adira a la cabeza, el miedo tomó el
mando. Nos apretujamos las unas a las otras, espalda contra espalda, manos
tomadas, aterradas.
—¿Qué le pasó?
—¿A dónde se fue?
—No lo sé, sólo siguió el sonido.
—¿Cómo que ‘siguió el sonido’? —Zara quería
sonar molesta, pero estaba preocupada— ¡Se esfumó!
—No. Salió corriendo —aseguró Ledya.
—¿Cómo que salió corriendo? —Paz me estaba
trepanando los nervios con su hostilidad.
Entonces un grito agudo y corto atravesó el
aire y nos calló. Todas lo reconocimos. Algo acababa de asustar a Adira.
—No chillen ni corran, no chillen ni corran
—repitió Fernanda entre grititos—, ¡¿qué le cuesta seguir sus propias
instrucciones?!
—¡La vi irse en línea recta!
—¿Estás segura de que era una línea recta?
—indagó Fernanda, de súbito mucho más tranquila y segura. Tenía una idea.
—Totalmente.
—¿Qué distancia?
—No lo sé, ¿quinientos metros? ¿tres
kilómetros? ¿Cómo voy a saber?
Algo retumbó más adelante, y polvo cayó
sobre nuestras cabezas.
—Vamos, alcancémosla —dijo muy decidida, y
enseguida me sentí ser humo. Humo y nada a mi alrededor, y todo. De pronto, las
paredes de la caverna eran distintas. Se oía a Adira más adelante.
—No me siento bien —la voz de Fernanda era
débil, Ledya y yo tuvimos que sujetarla.
—¿Qué diablos fue eso?
—¿Nos teletransportó?
—Así parece .
—¿Quién? —preguntó Fernanda.
—Tú —le contestamos en conjunto.
Nos interrumpió un grito ininteligible de
una voz femenina. Para ser más clara, «ininteligible» en el sentido de que
nunca había escuchado algo remotamente parecido a la lengua en que habló. Y
definitivamente no había visto nada como las criaturas que había ante mí.
Adira estaba a cuatro patas en el suelo,
cubierta de polvo tosiendo. Tumbada bocarriba junto a mi amiga había una
criatura medio humana (o sea, cabeza, dos piernas, dos brazos, y que caminaba
erguida) de color morado. Sí, morado. Era considerablemente más pequeña
en estatura que Adira, pero más robusta. A esa distancia, no podía ver mucho
más, aparte de que andaba con pantalones de camuflaje, alguna especie de botín,
y una chaqueta negra sobre una camiseta amarillo patito. (¿Quién usa
amarillo patito en medio de la selva?).
A unos metros de ellas se encontraba otra
criatura medio humana, pero claro, ésta era azul tipo agua de piscina y tenía
cola. Algo normal y de todos los días. Más encima debía medir como… dos
personas de mi estatura; era tremenda. Sin embargo, sus movimientos ágiles y
fluidos, casi gráciles; algo en mi cabeza ofreció otra palabra: Peligrosos. En
una de sus manos blandía un machete del largo de todo mi torso, y lo movía como
si pesara menos que una pluma. Tenía puestos unos shorts holgados color verde
musgo, y una camisa negra desabrochada sobre una camiseta blanca sin mangas.
Pero de toda la escena, ambas criaturas eran
lo más normal que había ahí.
Enfrentándose directamente con la criatura
azul, y haciéndola parecer casi un pigmeo, tenía la criatura más fea y
asquerosa que pudiera dibujar un niño de cinco años: una araña de casi cinco metros de alto de
color negro opaco, con vellosidades de un azul metálico y más ojos de los que
alcanzaba a contar. De sus colmillos fluía un líquido verde brillante y
viscoso. Era demasiado rápida para una criatura de ese tamaño.
Spoiler Alert: Sufro de aracnofobia
severa.
Proferí un grito sin precedentes, y me quedé
petrificada en donde estaba. Creí que iba a vomitar o desmayarme, o ambas. En
comparación al dolor que venía atormentándome hacia tanto rato, de pronto sentí
la cabeza demasiado ligera.
Se armó un griterío entre mis amigas y los
dos aliens «normales», pero yo ya no entendía ninguna voz, apenas las oía, sólo
podía escuchar un pitido en mis oídos.
Entonces, la araña se giró hacia mí. Y justo
en ese momento, me fui a negro.
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