12. Bitácora: Adira es ¿qué?

 

Nos tomó un momento reaccionar. O dos. O diez.

«¿Princesa?». Miré a Adira de arriba abajo. Por un momento, pensé en todas las princesas de Disney. Tal vez haciendo una versión moderna de un mash-up entre Mérida, Rapunzel y Mulán, pero… ¿princesa? ¿La chica por la que tengo que hablar cuándo vamos a la cafetería? ¿La que he tenido que cuidar del bullying de nuestros compañeros?

Ella tampoco se lo creyó mucho.

—Tienen a la persona equivocada —contestó inmediatamente, firme.

Ofelia y Atenea se miraron la una a la otra; hacían eso a menudo para dos personas que parecen llevarse terriblemente mal.

—¿Por qué?

—¿Eh?

—¿Por qué crees que estamos equivocadas?

Adira lo pensó un momento. Apretó los labios y me miró indecisa.

—Porque ni siquiera somos de aquí, de… este mundo.

Ambas hicieron el equivalente a levantar las cejas.

—¿Qué quieres decir?

—Llegamos aquí por accidente. Estábamos en nuestra escuela, en receso, y de pronto se… se abrió una especie de portal. Yo crucé, luego vinieron ellas, y se cerró antes de que pudiéramos volver a nuestro mundo.

Ahora sí que lucían estupefactas. Sus miradas pasearon entre todas nosotras.

—¿Por dónde partimos? —dijo Atenea.

—No lo sé —admitió Ofelia.

—Podrían empezar por decirnos qué son ustedes —les soltó Paz, encontrando nuevas formas para colmar mi paciencia: insultar a los aliens.

Ofelia lucía molesta, pero Atenea sonrió.

—Tienes la razón —no era una frase que Paz estuviera acostumbrada a escuchar—. Yo soy una ársimia, una especie que vive principalmente en el mar, aunque yo paso la mayor parte de mi tiempo en tierra. Ofelia es una kurvera, eso —.

—Podrías decir que somos una especie de mineros. «Polvo eres y en polvo te convertirás» o algo así. En algún momento la evolución le dio vida al polvo, o más bien a la roca, y heme aquí. Charoita pura.

Atenea soltó un suspiro cansado.

—Somos parte de la URL, la unión rebelde libertadora. Y te necesitamos.

Adira se quedó congelada. Ni siquiera la vi respirar.

—Yo… Necesito más información.

—Podríamos estar horas explicándolo.

—Entonces dame la versión breve, pero explícame. Yo no soy princesa de nada ni nadie hasta saber por qué supuestamente me necesitan.

Todas estábamos observándola impresionadas; era la primera vez que la veíamos tan resuelta y firme. Había algo diferente en ella, irradiaba algo indescriptible.

—Estamos en guerra —tomó la palabra Ofelia, hablando con suficiente premura para que apenas se le entendiera—, pero no lo parece, porque vamos perdiendo. Hace como ocho siglos que asesinaron a casi toda tu familia, excepto al entonces príncipe, tu antepasado; su hermana mayor se sacrificó para salvarlo y enviarlo a nuestro planeta hermano: Tierra-3, que para ti debe ser simplemente «la Tierra». Para nosotros no es la única. Como sea, todos desaparecieron, les usurparon el trono, y la historia oficial es que un grupo de personas detuvo el derrocamiento y están «guardando el puesto» hasta que alguien de sangre azul vuelva a aparecer. ¿Por qué te necesitamos? Porque a esta gente sólo. Le. Importan. Los. Humanos. Nuestras vidas con prescindibles, nuestras especies son prescindibles. La mayoría vive en la pobreza, en condiciones paupérrimas, haciendo lo posible para no interactuar con humano alguno y así no caer preso sin motivo alguno —recién ahí hizo una pausa para tomar aire—. ¿He sido lo suficiente concisa, su majestad?

Adira se llevó una mano a la nuca. Lucía bastante impresionada, y pálida. Me preocupó que fuera a desmayarse de nuevo. Pero había algo más grande ocupando un nuevo lugar en mi cabeza: Planeta. Había dicho planeta. Estábamos completa y oficialmente en otro mundo, quién sabe a qué distancia de nuestras familias y nuestros hogares.

—Es… mucho que digerir. Pero me falta algo. ¿Por qué creen que yo cambiaría eso? Es decir, si el mundo funciona así cómo está, ¿por qué…? —.

—Porque nos ayudaste —la interrumpió Ofelia—. Viste dos criaturas alienígenas atrapadas por un monstruo, y tu primer instinto fue ayudarnos, a costa de tu propia integridad; podría haberte costado la vida. Hay muy pocos humanos que reaccionarían así, y la mayoría están en la URL.

—Actualmente no son más de cincuenta —agregó Atenea hablando bajito, pero claro.

—Esa cifra tiene que estar mal, no es posible —dijo Ledya de inmediato.

—Igual, tampoco estaba tan fea la cosa —comentó Paz—. Si total, sobrevivió igual.

Me puse en pie con toda la intención de asesinarla, pero mi amiga me detuvo sujetándome con mucho cuidado de la ropa. Inhalé hondo y exhalé lento, imitando la «paz interior» que tanto profesa Adira, pero no me sirvió de nada. Seguía con el instinto homicida bastante activo.

—Eso fue gracias a ti, en realidad —le respondió Atenea—. Tienes poderes curativos, ¿no? Mila se recompuso en cuanto la tocaste. Fue impresionante, se nota que tienes un talento natural.

Paz se sonrojó y sonrió socarrona. Yo rodé los ojos. «Fantástico, ínflenle el ego, como si no tuviera ya suficiente». Adira me pinchó en las costillas, esbozando una leve sonrisa. «No seas mala» escuché su voz en mi cabeza.

A ambas nos cambió el gesto de inmediato. Eso realmente había sonado dentro de mi mente.

—¿Y bien? —Ofelia interrumpió el momento— ¿Convencida?

Adira tomó aire, pero Atenea habló primero.

—Antes de que contestes, déjanos ayudarte. Al menos para devolverte el favor. Si vienen de otro planeta, no deben tener comida, agua, y ya está atardeciendo, esa ropa no les va a servir por mucho tiempo más. Hay un pueblo cerca, Ka’ahl, está a media hora si vamos caminando rápido. Ahí pueden asearse y comer un plato de verdad. Suena bien, ¿no?

«Demasiado bien», pero la realidad era que no teníamos más opciones, así que Adira accedió; ninguna de nosotras debatió su decisión, ni siquiera Paz.


Capítulo Anterior.                    Capítulo Siguiente.

Comentarios

Entradas populares