14. Дневник (dnevnik) [Diario]: Una promesa difícil de cumplir.
—¿Pensando en la abuela? —me preguntó Zara
de pronto. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no la había oído
acercarse.
—Yo, eh —dudé y miré a las demás; cada una
estaba ocupada en lo suyo, aunque Paz y Martina nos observaban de reojo, sin
suficiente disimulo. Me pregunté si la habrían oído—, sí. ¿Cómo lo supiste?
Me sonrió a medias.
—Ya sabes, ella siempre hablaba de eso de la
supervivencia del más fuerte y hacer lo necesario. Al menos una de las dos pudo
aprender de ella. Claro que siempre tenía tiempo para ti.
Apreté los labios. Nunca la había oído
hablar tanto y tan explícitamente de nuestro parentesco, al menos no cerca de
nuestras amigas. Siempre pensé que le daba vergüenza que fuéramos primas;
bueno, a medias: misma abuela, distinto abuelo. Nuestra abuela era una mujer de
escasos recursos en la unión soviética y… había tenido que «hacer lo necesario
para sobrevivir». De un soldado salió mi mamá, y de otro la madre de Zara; mi
abuelo era quien le consiguió la granja y los animales, unos años antes de la
disolución de la URSS. Por supuesto, ambos eran «NN[1]»
para nosotras y nuestras madres.
Un tema complejo, como pueden imaginar.
—Lo siento —dije suavemente, sin animarme a
mirarla.
—No te preocupes, no era tu culpa —me quedé
un poquito atónita. ¿Acababa de oír bien?—. Ustedes la visitaban a menudo, tu
papá siempre se preocupaba de ella… en fin.
Se produjo un breve silencio. No supe qué
contestar.
—Quiero saber cómo estás —dijo finalmente—.
Sueles hacerte cargo de todo, pero creo que esto ha sido demasiado.
Parpadeé un par de veces. No me sentía
cansada. No me dolía la cabeza, ni el cuello. Las piernas se resentirían
eventualmente, de tanto correr, pero por el momento mi cuerpo estaba rindiendo
bien.
Levanté los hombros e hice un gesto con la
boca para indicar que no sentía nada en particular. Zara rodó los ojos y soltó
un suspiro.
—No físicamente —aclaró.
—Ah… No lo sé, no me había detenido a
pensarlo.
Mentira. A medias. En efecto, no lo había
pensado, pero sí sabía lo que sentía: Mentalmente agotada.
—Mírame —obedecí. Tenía los mismos ojos de mi
babushka: intensos, tristes—. Te creería si te conociera un poco menos. Sé que
nunca estás bien cuando piensas en ella. No te lo pregunto para retarte, lo
pregunto porque me preocupas. Por favor, no me mientas.
Lo medité un momento, y asentí. Ella me
ofreció una mano y la tomé dubitativa.
—Prométemelo —sonaba como una súplica—.
Necesito saber que nos vamos a decir la verdad, al menos mientras estemos aquí.
Por favor, compártelo conmigo.
Le sostuve la mirada. Era una promesa
difícil de cumplir. No estaba acostumbrada a esa clase de exigencias, ni
siquiera por parte de Martina. «Ley pareja no es dura» pensé.
—Sólo si tú me prometes otra cosa —frunció
el ceño, asintió dudosa—. Prométeme que te vas a cuidar.
Giré su mano con la mía, y con la otra subí
la manga de su chaleco un par de centímetros, apenas lo suficiente para ver
donde comenzaban sus cicatrices. Le acaricié la muñeca suavemente con el
pulgar. Estaba fría, como siempre.
—¿Podemos hacer ese trato?
Ahora las cosas se habían invertido. Zara no
iba a dar el brazo a torcer tan fácilmente con algo así.
—De acuerdo.
O eso pensé.
Me sostuvo la mirada por un largo instante.
Si había algo que Zara no sabía hacer, era mentir. Sería incapaz de hacer una
prometa que no pretendiera cumplir, porque yo me daría cuenta. Estaba realmente
comprometida con esto.
Me pregunté por cuanto tiempo seríamos
capaces de sostener ese pacto.
Comentarios
Publicar un comentario