9. Entrevista #17. A Ofelia Eisenhower y Atenea Neró: «Primer contacto».

 

A continuación, extracto transcrito y novelizado de la entrevista a las primeras personas en encontrar a quien sería conocida como “La princesa azul”.

 

—Ya está grabando. ¿Se encuentran listas?

Ambas entrevistadas asienten y se acomodan una vez más.

—Necesito que cada una se presente, para identificar sus voces en la grabación.

¿De nuevo?

—Parto yo, supongo. Mi nombre es Atenea Neró. Soy una ársimia criada por humanos en la base denominada Central. Al momento de los eventos en mi relato, tenía nueve años y medio, estaba a punto de terminar el último proceso de maduración antes de la adultez.

—Adolescente, di adolescente, ¿cuánto te cuesta decirlo, va?

—Lo cual tú todavía eres.

—Y que no me molesta en absoluto.

La entrevistadora carraspea. Las entrevistadas guardan silencio un momento.

—Yo soy Ofelia. Eisenhower. El mariscal Eisenhower era mi abuelo. Nací en las cadenas montañosas del sur hace…

—Cuarentaicuatro años —la ayuda Neró.

—Sí, eso, tienes razón, porque tenía cuarenta cuando la conocimos. ¿Lo recuerdas?

—Sí, ella hizo el cálculo de que estábamos todas aproximadamente en la misma «edad».

Guardan silencio un momento.

—Nos preguntaste cuándo la conocimos —retoma Eisenhower.

—Eso fue hace cuatro años cronológicos. Ella tenía 14 años biológicos.

—Ya entonces era…

Hacen una pausa, se miran la una a la otra.

—Intensa —dicen en conjunto.

—¿Por qué? —se les pregunta— ¿qué hizo para causarles esa impresión?

—Es largo —advierte Eisenhower—. La conocimos en medio de una misión de la URL.

«Habíamos estado toda la mañana buscando la guarida de la raknea. Llevábamos un par de meses recibiendo reportes de distintos agentes en la región sobre avistamientos de la criatura, hasta que empezaron las desapariciones. Pero no hay muchas personas que hayan visto una cara a cara y hayan sobrevivido. Menos aún que sepan exterminarlas.

Yo soy una de ellas —aclara Eisenhower—. Donde nací había muchas, pero por el clima eran más pequeñas. Mucho más pequeñas, no me llegaban más arriba de la cintura.

La que estábamos buscando tenía que ser enorme. Nos enviaron porque había superado el límite de lo posible, y representaba un peligro para cualquier criatura de la región, no sólo humanos.

Había hecho desaparecer al escuadrón completo de policías de Ka’ahl, que ya conocían a todas las personas en el pueblo y podían ser casi soportables, y eso significó la llegada de una unidad nueva, mucho más severa. Nuestra misión era encontrarlos, y rescatarlos si era posible».

—¿Rebeldes rescatando Caballeros?

—Yo definitivamente no lo hacía por ellos —contesta Neró sin dudar un solo instante—. Pero Ka’ahl es un punto neurálgico del comercio de costa a costa, y la gente apenas sobrevive con los impuestos que la corona les tiene fijados.

—Los… —Eisenhower suelta un suspiro y toma aire lentamente antes de hablar— Ya no importa que digamos esta clase de cosas, a decir verdad. La unidad de Fahir eran humanos un poco más decentes. Llevaban años alterando los registros para cobrar menos, o reportaban como robadas cajas de alimentos que la gente necesitaba y no podían pagar.

«Pero estábamos hablando de otra cosa: la raknea.

Su guarida estaba en una mina abandonada de luminita; llevaba más de un siglo cerrada. La raknea había hecho su nido en el corredor principal, donde no quedaban más piedras de luz, era seco, era frío, y era espacioso. Tan espacioso que pudo crecer y crecer sin que nada ni nadie la matara antes.

Si no lo sabes, kurveros y ársimios tienen vista adaptativa, así que no necesitábamos luz para explorar el túnel. Las rakneas son muy sensibles a los estímulos luminosos, las molesta y altera demasiado.

Hemos tenido muchas misiones juntas y por separado, pero hasta entonces no nos había tocado ver algo tan grotesco».

Hacen una pausa, sin mirarse. Hay un gesto lúgubre en sus ojos.

—Eran buenas personas —reafirma Neró—. No merecían morir así. Nadie lo merece.

—Tengo en mi mano un reporte policial de ese suceso. Contiene una copia de todas las actas del médico forense, con fotos incluidas, y algo más. Un mapa que fue dejado en la estación de policía durante la noche, que marca el lugar exacto donde encontrar los cuerpos.

—Las familias no tenían por qué sufrir más aún —agrega Eisenhower—, con la pérdida es suficiente. La incertidumbre es una tortura que mata lentamente.

—Pero esta entrevista era sobre la princesa. A ella le deben su paz esas familias.

—Y nosotras nuestras vidas.

«Resulta que la vista adaptativa tenía un pequeño problema que no tomamos en cuenta: No podíamos ver la telaraña que la raknea había tendido en el suelo. Ella nos sintió llegar mucho antes de que siquiera pudiéramos verla. Y nos tendió una trampa. Cuando nos acercamos a los cadáveres, Ofelia pisó en el lugar equivocado, y terminó colgando bocabajo del techo con casi todo el cuerpo constringido por la tela. Sólo un brazo tenía libre, pero no servía de nada, su mochila también había quedado atrapada.

Soltó un grito que nunca le había oído, la verdad, y de inmediato empezó a darme órdenes para que la sacara de ahí. Yo tenía mis propios problemas: Había quedado sola contra esa cosa.

Saqué mi machete de la funda, y eso es todo lo que pude hacer. La raknea era más rápida que yo en todo sentido, así que mi única alternativa era esquivar sus ataques, con la vaga esperanza de lograr hacerle daño eventualmente».

«Atenea estaba concentrada en salvarse las escamas, así que no la vio llegar; a decir verdad, yo tampoco. Apareció de la nada. Su velocidad era algo nunca antes visto. Evaluó la situación en una fracción de segundo, e inmediatamente decidió qué hacer.

Tenía un buen trozo de luminita en las manos, roto en un extremo. Me gritó algo que no pude entender, y me lo arrojó justo a mi mano libre. No era mucho, pero era lo que necesitaba para cortar la tela. Mientras yo trataba de liberarme, ella se lanzó sin pensar a ayudar a Atenea. Su fuerza también era algo sin precedentes. Agarró la raknea de una de sus patas, y la detuvo por un momento, suficiente para que Atenea pudiera darle un tajo por abajo, donde el exoesqueleto es más frágil, pero fue apenas un rasguño.

Le dio un golpe a Atenea que logró botarla, y a la princesa la azotó contra el muro, haciendo temblar todo. Con la sacudida, accidentalmente rajé lo último de telaraña que me sujetaba, y caí de espaldas casi al lado de la chica. Creo que no se lo esperaba, porque pegó el grito en el cielo de la sorpresa».

Tras una pausa, ambas empiezan a reírse.

—Ahora contándolo, fue bastante chistoso —admite Neró—. En el momento, me irritó un poco pero ahora… puedo verle la gracia con que se lo tomó Ofelia en ese momento.

«De todas formas, no pude reírme demasiado. Con todo el polvo que levantamos, la pequeña empezó a toser y yo había quedado un poco adolorida de la caída. Una vez más, era Atenea sola contra la raknea, que se puso en pie con una acrobacia, así como si nada. ¿Qué quieres que te diga? Me sentí bastante inútil.

—Levántense —nos gritó, como siempre dando órdenes».

Neró carraspea.

—Estoy aquí mismo.

—Lo sé, y no me importa.

«Yo no estaba dando órdenes. La raknea tenía todos sus ojos clavados en ellas. Era premio doble, y yo no era lo suficientemente rápida ni fuerte como para detenerla. En el mejor de los casos, sólo podía desviar su atención, así que eso hice.

Le arrojé el trozo de piedra más grande que había cerca de mí, y…».

—¡Bingo![1] —dicen a la vez, no muy felices.

«Cargó contra mí de inmediato. De nuevo estaba bailando por mi vida contra una criatura que empezaba a babear veneno, y que al parecer ya no quería atraparme para comerme, quería matarme y punto. Entonces es que aparecieron las otras niñas, y una de ellas, mh… ¿Martina? Sí, ella. Profirió un chillido que casi me daña los oídos[2], llamando la completa atención de la criatura. Era justo la distracción que necesitaba. Con toda la fuerza que tenía, le clavé el machete en una pata y le salió la sangre a borbotones, era asqueroso. Mas eso no la detuvo, si acaso, sólo la enfureció aún más, ni siquiera sirvió para que se volviera hacia mí otra vez. Ya había tomado su decisión, y cinco niñas eran una presa mucho más fácil y jugosa. Era verdaderamente una pesadilla.

Las chicas empezaron a gritarse algo entre ellas, y Ofelia decidió gritarme a mí, que me apurara, que me moviera, que hiciera algo.

—¡Detenla!

“¿A quién?” me pregunté, y vi a la princesa con uno de los cuchillos de Ofelia en la mano, corriendo hacia la raknea. Pero tienes que entender que cuando digo “vi”, fue apenas un… un fotograma de la secuencia. Esa chica era lo más veloz que he visto en mi vida. Parpadeé, y ella ya había pasado por debajo de esa cosa, atravesándole todo el estómago. Tenía el brazo izquierdo casi completamente cubierto por ese azul denso y oscuro de la sangre sucia y sin filtrar, que seguía brotando y parecía no parar. La muchacha se dejó caer de rodillas al piso, y un momento después la raknea se desplomó, generando un temblor con su peso. La estructura del túnel no hubiera resistido otro de esos.

Las otras chicas se lanzaron a tropel sobre ella, y como una bandada de pájaros empezaron a graznar distintas cosas ininteligibles. Yo fui a asegurarme que Ofelia todavía pudiera moverse; lamentablemente, sólo tenía un par de rasguños, así que no era necesario asignarme una compañera nueva».

Eisenhower le da un golpe suave en el hombro y Neró pretende caerse de su asiento. Ambas se ríen.

 



[1] Expresión coloquial reemplazada por una de correspondencia cultural. En el original, se refiere al punto más improbable de anotar en un juego de equipos procedente del continente donde transcurre el relato.

[2] Nota del autor: Al ser animales acuáticos, los ársimios han desarrollado un oído especializado en fluidos de alta densidad, que se ve más fácilmente afectado por sonidos de alta frecuencia en fluidos de baja densidad, como el aire corriente.


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