19. Entrevista #22.2. A Ofelia Eisenhower y Atenea Neró: «Comentarios».

 

—No podía creer lo equivocada que estaba. En realidad, fue la evidencia más fehaciente de lo que acababa de contarme. Se despidió de él y luego caminó hasta la mesa como si nada, mientras Atenea me perforaba el cráneo con la mirada.

—¿En serio? —dice inmediatamente su compañera.

—¿No te cansas de interrumpirme? —suelta un suspiro largo y luego prosigue.

«Él se la quedó mirando un momento, y luego se marchó hacia el barrio residencial, desapareciendo. Alcancé a preguntarme si debía seguirlo, asegurarme de que no se convirtiera en un problema mayor, pero decidí darle a Mila el beneficio de la duda y confiar en su juicio.

Sin embargo, me jugó chueco haciendo eso, así que la dejé enfrentarse sola a Atenea mientras yo me devolvía a comprarle algo; tampoco quería comprometerla con un arma demasiado específica que en realidad no supiera o fuera a usar, así que basándome en lo que ya la había visto hacer, le llevé una daga kris, ya sabes, esas con la hojita serpenteada».

—Sí, la he visto… de cerca. Es muy característica de ella.

Eisenhower sonríe con orgullo. Neró hace rodar los ojos y pone una mueca de hastío.

—Tuvo que entrenar bastante para poder usarla con pericia —continúa la ársimia—. En un inicio, bien podría haber andado llevando un cuchillo de cocina. Pero era lo que menos me importaba en ese momento.

«Ofelia había cometido un error, y ahora tendríamos que vigilarla el triple para asegurarnos de que no se metería en la boca del lobo[1] otra vez.

Nos aparté a un lado para poder conversar un poco sin que nos interrumpieran o escucharan las niñas.

—Primero, la dejas que interactúe con otro humano así sin más, y ahora le has dado un arma.

Por supuesto, no me contó en el momento por qué la princesa estaba hablando con él, y me dejó creer que ella simplemente había hecho un amigo o algo así.

—Creo que debería andar con una. Tú y yo tenemos que hablar después. Ella… no es lo que aparenta.

—No lo había notado —contesté sarcástica, e hizo un sonido de burla—. Pero tienes razón. Tal vez nos sea útil.

Ofelia me quedó mirando, claramente confundida.

—Ha causado una impresión en ti.

—Mató por su propia cuenta una raknea. Podría haber causado una impresión en la reina con eso. O hasta en un Friedman.

—Es peligrosa —me corroboró.

—Tenemos que mantenerla cerca.

Ni ella ni yo le quitábamos un ojo de encima. Verdaderamente parecía una niña más o menos normal, que se desenvolvía con calma y fluidez. Era demasiado extraño para mí, sospechoso, no me sentía segura de llevarla a Central, pero era el protocolo. Tenían que evaluarla, asegurarse de que de verdad podría cumplir el rol que necesitábamos.

La URL ya no podía permitirse otro fracaso».

 

«Después de comer como animales —prosigue Eisenhower—, sólo les quedaba una necesidad pendiente: Dormir.

La habitación del hotel era la más grande que hubiéramos ocupado jamás, pero igual todas tendríamos que compartir cama con alguien más. A ellas no les costó decidirse, en tanto nosotras dos no teníamos más opción.

Todas se consiguieron alguna especie de ropa de dormir. Algunas se cambiaron ahí mismo, otras en el baño, pero a Mila no alcanzamos a verla en pijama en ningún momento; parecía ser un tema delicado para ella, por algún motivo.  Sin embargo, todavía nos quedaban cosas por aclarar.

—El tren mañana parte justo antes de amanecer, así que van a poder dormir lo necesario. Las despertaremos con tiempo de sobra para —hubo un par de risitas, y se miraron entre ellas—. ¿Por qué no comparten el chiste para que nos riamos todas?

—Ustedes no nos van a despertar —contestó la otra chica rubia, Zara—. Nadie despierta antes que Mila.

Ambas observamos a la aludida en silencio. Estaba sentada cruzada de piernas encima de una de las camas, la más cercana a la ventana, completamente abstraída de la conversación y probablemente del mundo. En una mano jugaba con el anillo, y en la otra sostenía el medallón que le habíamos comprado, examinándolo de cabo a rabo. El cambio del exterior a la burbuja del cuarto de hotel había sido notorio. Al oír su nombre, levantó la vista y nos miró alternativamente a nosotras y a sus amigas, para luego esbozar una sonrisa con la mitad de la boca; claramente no nos había escuchado, en absoluto.

—Sea como sea, estaremos en la estación al menos media hora antes de que llegue el tren. Debemos llegar lo antes posible a Central.

—A ¿qué cosa? —habló la chica más atlética, Fernanda— ¿qué es “Central”?

—La base principal de la URL —expliqué con fingida calma; ni Atenea ni yo nos habíamos dado la molestia de explicarles más nada después de nuestra breve introducción.

—Tenemos que llevarlas a que les hagan chequeos médicos completos y les atiendan de verdad las heridas que se han hecho. Es peligroso curarlas mágicamente y ya.

—¿Así que ahora sí existe la magia?

—Sabes a lo que me refiero.

—¿Y qué más? —nos interrumpió la princesa, súbitamente atenta a nuestra conversación—. Imagino que no deben tener sólo una base, puesto de avanzada o lo que sea capacitado para recibir y atender heridos. ¿Qué más hay en Central?

De nuevo estaba hablando con esa voz tan persuasiva que tenía a veces. Te obligaba a escucharla con concentración, se sentía imposible de eludir, y responder una mentira era una ofensa a la integridad propia. Cualquier persona que piense que exagero es porque no ha escuchado esa voz».

—Es verdad —añade Neró—. No me gusta admitirlo, pero la chica resulta extremadamente convincente. Es toda una molestia.

—Pero también puede ser bastante útil.

—¿Fue útil en ese momento? —inquiere la entrevistadora.

—Para ella —contestan ambas a destiempo.

—No pretendíamos mentirle —agrega Eisenhower inmediatamente.

—Pero tampoco era necesario que supiera toda la verdad.

«—Allá están nuestros centros de entrenamiento y de alojamiento —le concedí, lo cual era cierto—. Van a poder aprender un poco más de Vrao con profesores que sí saben de lo que hablan.

—A nosotras nos has tenido improvisando. Creo que no lo hemos hecho tan mal.

—Te pueden enseñar a usar eso que tienes ahí —agregué indicando la daga que llevaba sujeta al muslo—, y van a tener donde comer y dormir seguras y tranquilas.

Pude ver claramente que mi respuesta no la convencía. Me estaba sometiendo al más extenso escrutinio que había hecho hasta el momento, pero se lo permití.

—Suena bien —dijo finalmente—. ¿Tendremos tiempo de estirar las piernas luego de bajar del tren?

No sé si habrá sido sugestión después de haber hablado con Ofelia, o si simplemente estaba confiriéndole mayor inteligencia de la que realmente tenía, pero sentí que esa no era la pregunta de fondo. Lo que estaba buscando saber era si el tomar esa decisión estaba en sus manos o las nuestras. Si nosotras éramos su escolta o sus captoras.

—Sí, tendrán tiempo de caminar todo lo que quieran. Es mejor si llegamos pronto, pero nuestro horario depende de ustedes.

Sonrió suavemente primero, y luego con su sonrisa infantil habitual.

—Genial —contestó aparentemente satisfecha—. Entonces, ¿a dónde nos dirigimos?

Ofelia reaccionó antes que yo, sacó su guía y un mapa extra con el que señaló toda la ruta que seguiríamos hasta Aktí, la ciudad donde se inauguraría el GAMMA la próxima semana, y luego la ruta que seguiría el siguiente tren avanzando hacia el norte por la costa hasta Kaishi, nuestro punto de acceso.

Yo me quedé a un lado, preguntándome qué sería de nosotras si esa chica realmente llegaba a reinar».


Capítulo Anterior.                    Capítulo Siguiente.




[1] Expresión coloquial reemplazada por una equivalencia cultural. En el original, se utiliza una única palabra que refiere a la guarida de un animal mitológico.

Comentarios

Entradas populares