20. Bitácora: Al fin un momento a solas.
Día
2 — Afro, 17 de Hermes. Año 6512.
—¿Por dónde saliste? —Atenea estaba
enojadísima con Mila, claramente le estaba costando trabajo contenerse.
—Por la ventana.
—¿Qué?
—Ustedes no me dejaron dormir al lado de la
puerta, y no quería molestar a nadie más.
Mi risa se mezcló con un bostezo, y las tres
me miraron. Mila me sonrió y me hizo un saludo con la mano. Las mañanas –más
bien, madrugadas– eran cuando más feliz la podías pillar.
—Y ¿a qué saliste? —inquirió Ofelia con bastante
más paciencia que su amiga azul.
Mila me miró por un momento, apenas un
instante, e hizo un gesto de aburrimiento y desinterés, alzando ambas cejas y
torciendo los labios hacia abajo.
—Pasear —contestó con inflexión de
pregunta—, meditar un rato, no sé, estaba helado y silencioso, me compré un
tecito —.
—¿Cuánto rato llevas despierta? —la
interrumpieron entonces.
Tanteé la cama, su lado ni siquiera estaba
tibio. Me pregunté si acaso había dormido realmente.
Pretendió hacer cálculos mentales.
—Tal vez dos horas, algo así. ¡Miren lo que
conseguí!
Muy orgullosa, alzó la mano y les mostró un
reloj pulsera. A la distancia no podía ver más que eso, pero, conociéndola,
debía tener alguna particularidad.
—¿Y eso para qué?
—Para ver la hora.
Me reí sin querer, e intenté matizarlo con
una toz. Ofelia se volteó sonriendo, también le había hecho gracia, pero la
paciencia de Atenea comenzaba a agotarse.
—Central no está lo suficiente cerca
—murmuró. Ofelia le hizo una mueca y carraspeó. Yo era consciente de que mi
mejor amiga podía ser difícil de tratar, pero eso no le permitía a nadie
tratarla mal. Aun así, Mila ni se inmutó—. Despertemos a las demás antes de que
se haga más tarde, vamos.
Mi amiga sabía exactamente cómo despertar a
cada una, pero lo dejó en manos de ellas dos para poder acercárseme a mostrarme
su nueva adquisición. Era, como lo sospeché, análogo, ultraligero, se afirmaba
con algo parecido al velcro, y traía dos linternas: una para iluminar el
interior del reloj, y otra para proyectar desde el reloj. La única diferencia
con el reloj que yo llevaba puesto era, claro, que el suyo estaba dividido en
dieciocho horas.
Sin embargo, bonito y todo, algo más llamó
mi atención. En su otra muñeca, llevaba puesta una cadena plateada con un
pequeño dije de rojo jaspeado. Sin decir nada, yo la miré a la cara y luego a la
pulsera, y luego volví a hacer contacto visual.
—¿Qué te parece si te vistes y vamos a tomar
un té antes de irnos?
Asentí de inmediato.
—Pero yo quiero un café. ¿Hay café? Dime por
favor que —.
—Sí, hay café, y también canela.
Me bajé de la cama con un poco más de
energía, tomé la muda de ropa que Mila me había obligado a dejar preparada la
noche anterior y entré al baño para cambiarme. Acostumbraba a ducharme todas
las mañanas para partir el día con más energía, así que fue una noticia amarga
el descubrimiento de que allí no se limpiaban con agua; era un recurso
demasiado valioso para desperdiciarlo en algo así. Cosas que debería haberme
esperado cuando salté dentro de un agujero de gusano hasta el otro extremo del
universo, supongo.
Al menos, tenían un sistema de «calefacción
universal», que en palabras simples era un radiador de suelo, con el cual
abrigarse en el baño.
Mila podrá ser la que se levanta antes, pero
yo siempre he sido quien está lista primero. Salí del baño tan rápido como
entré, ella no alcanzó ni a ponerse cómoda cuando tuvo que levantarse otra vez.
Inmediatamente se me acercó y sujetó con cuidado el prendedor de mi capa.
—Es como el mío —comentó sorprendida.
—El verde musgo y el rojo oscuro no van muy
a juego, pero el dorado le queda perfecto a tu outfit y al mío, ¿no te parece?
Esbozó una sonrisa tímida y asintió.
—¿Está bien si bajamos a esperarlas en la
cafetería de la estación? —les preguntó a Ofelia y Atenea mientras ellas
seguían intentando poner en pie a nuestras amigas, pese a que nosotras ya
estábamos preparadas para salir.
—¿Crees que podrías echarnos una mano
primero? —se quejó Ofelia, y Mila sonrió sacando su As bajo la manga. Dejó su
mochila en el piso, y a súper velocidad se acercó a cada una; lo que sea que
hubiera hecho en esa fracción de segundo, logró que incluso Paz se pusiera en
pie.
—De nada —contestó con una sonrisa socarrona
cogiendo su mochila, y yo la empujé para salir antes de que pudieran
detenernos. Bajamos las escaleras entre risas, tratando de no hacer demasiado
ruido, y tuvimos que afirmarnos para no caernos con el último escalón. Nos
despedimos de la señorita que estaba en la recepción y, en el momento que
estábamos saliendo del hotel, nos topamos con que, del otro lado de la calle,
saliendo del café, se encontraba el muchacho con el que habíamos visto a Mila
ayer.
—Ajá —dije apoyándome en el hombro de mi
amiga, y siguiéndolo con la cabeza mientras se marchaba—. ¿Será que ya sé de
dónde sacaste eso?
Me miró y sonrió sinceramente contenta.
—Sí y no.
Ella nos pidió un café con un muffin y un té
con dos medialunas frescas.
—Agh, no entiendo cómo puedes tomarlo sin
azúcar —dijo en cuanto lo probé—. ¿Qué tal está?
—Como en Cuba —contesté con una sonrisa, así
que me lo tomé con calma, disfrutándolo al máximo—. ¿Y tú?
—Ya es el tercero que me compro, eso debería
decírtelo todo.
Me reí. La dejé comerse una medialuna antes
de volver a preguntar.
—Ahora cuéntame. ¿Qué onda? ¿Quién es? ¿Y la
pulserita qué?
La sucesión de preguntas le causó tanta
gracia que no pudo contestar de inmediato.
—A ver, a ver, ¡vamos por parte! Erik, se
llama Erik. La verdad es que ayer estaba a punto de meterse en un problema y lo
ayudé más de lo que esperaba, al parecer, así que me dio esto. Dijo que es sólo
un «truco de magia menor», ni idea qué sea realmente, supuestamente se lo
enseñó su mamá que también hacía magia.
—Magia, así como esa que va por tus venas.
—Sí, claro, esa misma.
—Y… ¿qué tiene de mágico?
Soltó un suspiro y apretó los labios. Mila
podía ser bastante escéptica.
—Básicamente, se toma un pequeño trozo de
material mágico, se moldea, y luego se divide en dos piezas idénticas. Si una
de las dos piezas se rompe, la otra también lo hará, y si el hechizo es lo
suficientemente fuerte, podrá generar un breve portal hacia la pieza que haya
sido la primera en romperse. El punto era que si algún día necesito ayuda, que
rompa mi mitad y él aparecerá de inmediato.
—¿En un corcel blanco y cabalgando con su
brillante armadura?
A Mila le salió una carcajada que deben
haberla oído en el hotel, y le tomó un rato recuperar la compostura.
—Ay, ay, perdón. No seas mala. Yo supongo
que era una especie de metáfora bien intencionada.
Entrecerré los ojos y la observé mientras
tomaba un sorbo de mi café.
—No nos veamos la suerte entre gitanos. ¿De
verdad crees que eso es todo?
Levantó la muñeca y ambas observamos
atentamente el dije balanceándose en el aire.
—¿Tú que crees? ¿Qué me ha puesto un
rastreador para perseguirme a donde quiera que vaya?
—Si es mágico, puede ser lo que sea.
—Ahora una teoría más real.
Solté un suspiro, que salió más como un
bufido.
—¿Le dijiste a dónde vamos?
—No. Bueno, sí. Por accidente. Ayer le dije
que íbamos a ver el museo. No sabía que realmente iríamos a la ciudad
del museo.
—¿Sabe a dónde vamos después?
—Sí, por supuesto, también le dije que
estamos con la URL y le di instrucciones detalladas para entrar a Central.
—Já. Chistocita.
Sonrió muy satisfecha de sí misma.
—No, no le dije nada más.
—¿Y lo ves capaz de llegar hasta allá a
buscarte?
—Sabes que no pongo mis manos al fuego por
nadie, pero dijo que estaba buscando a alguien y que no podía irse hasta
averiguar más de esa persona. No creo que vaya a seguirnos teniendo eso en
mente.
—Seguirte. No a nosotras.
Mila rodó los ojos y se terminó su té.
—Lo dudo —reafirmó; sonaba bastante segura—.
Además, creo que voy a conservar esta cosa. No me molestaría verlo otra vez. Es
agradable.
—Agradable… ¿Cómo? ¿Así como Paz?
Iba a darle un mordisco a su segunda media
luna y se detuvo para mirarme con el ceño fruncido y cara de asco.
—Was? —soltó en alemán—. ¿En serio?
—asentí—. No, no, no, y diez veces no. Me agrada como tú —alcé ambas
cejas y le di el primer mordisco a mi muffin—. Es, mh… ¿Recuerdas cuando Simón
nos habla de «calabozos y dragones»? —asentí— Cada veinte palabras se disculpa
por estar aburriéndonos, aunque le repitamos que nos gusta oírlo hablar tan
apasionado de algo que disfruta. Como cuando tú hablas de anime. Y yo de física.
Nos disculpamos todo el rato, aunque sepamos que no tenemos por qué hacerlo.
Con él me pasa como contigo: No siento que deba disculparme por lo que digo o
cómo lo digo.
«¿Tan rápido?» quise decir, pero me detuve.
Mila tenía una intuición muy particular que raramente fallaba. Ella no le
llamaba «intuición», claro. «Todo comportamiento humano es un algoritmo, y como
tal, existen patrones observables». Pero nadie puede aplicar realmente tanta
lógica a cada pequeño gesto que hacen las otras personas.
—¿Crees que es de fiar? —apretó los labios y
arrugó el entrecejo, sopesándolo.
—Espérame —fue a pedir otro té, y volvió—.
Ya, bien… Creo que sí. Él también anda escondiéndose, como nosotras, pero
preguntó lo necesario y dijo lo suficiente para que ninguno de los dos revelara
información realmente trascendental. Mi único problema es que tiene ese andar…
particular; debe ser hijo de milico, o puede que él mismo lo sea y ande de
encubierto, qué se yo. En fin, supongo que puedo confiar en él tanto como él en
mí, que no es mucho, pero puede ser bastante.
—No me dijiste nada concreto.
Tomó un sorbito y sonrió.
—Lo importante es que yo me entiendo.
Solté un suspiro y rodé los ojos.
—Eres verdaderamente única en el mundo…
—Técnicamente, ahora sí que sí lo soy.
Esbozó la sonrisa más socarrona y posible y
no pude evitar reírme un poco. Era verdad.
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