2. Notas sobre hoy: No lo entiendo. Simplemente, no lo entiendo.

 

A veces me pregunto sinceramente cómo Isis ha logrado sobrevivir quince años de vida, si cada vez que se queda sola logra meterse en… en… en algo como esto.

—¿Dónde está? —Alarik llegó tan acelerado que hasta olvidó cambiarse las gafas. Apenas debió haber tenido tiempo para ponerse el uniforme, que le quedaba bastante bien en realidad, aunque a ese hombre todo lo quedaba bien.

—Aquí —dije cansada. Respiró aliviado al verme. Me levanté de la silla y antes de saludarlo le saqué los anteojos y se los pasé en la mano.

—Descuidado.

—Sí, lo siento, yo… yo… —le tiritaban las manos. Lo ayudé a guardar las gafas y me quedé con el estuche.

—Calma. Está bien. Ya está bien. Está estable, vino un sanador y ya tiene niveles normales de sangre en el cuerpo, la pierna debería estar bien en un par de días si se cuida, y ya todo daño celular y neural fue sanado. No tienes que preocuparte de nada más.

—¿Cómo pasó?

La miré de reojo mientras dormía en la camilla. Solté un suspiro pesado.

—No tengo la menor idea.

Luego de recomponerse y volver a poner esa máscara de estoicidad, dedicó la siguiente media hora a hablar con doctores y sanadores para obtener un reporte completo mientras yo la acompañaba, aunque no entendía la relevancia de acompañar a alguien inconsciente, pero «eso es lo que hacen los amigos».

Me faltarían vidas para que Isis alcanzara a devolverme la mano con eso.

Luego de un par de horas la llevamos al Castillo del Mar, la acomodamos en su habitación y nos quedamos conversando. Me contó un poco de dónde andaba, y básicamente lo mismo que ya me había dicho James sobre qué estaba pasando. Qué alegría sentía en esos momentos de ser hija simplemente de dos magnates del arte en lugar de los reyes o el capitán general.

—¿Crees que Helena tuvo algo que ver? —pregunté finalmente— Nunca se le han dado muy bien las cosas tecnológicas… No me imagino como hacker a alguien que se le puede quemar un tostador sin enchufarlo.

Se rio y sentí algo en el estómago. Fortuna la mía de tener la piel lo suficientemente tostada para que no se me note cuando me sonrojo, porque en ese momento se me hubiera notado.

Qué vergüenza tener una infatuación por alguien tan inalcanzable como Alarik.

—Yo tampoco creo. Siento que debe ser alguna especie de señuelo para mí.

—¿Por qué? O sea, ¿por qué ahora? ¿crees que tiene algo de especial lo que haya llegado por ese portal? No es fácil planificar algo así, si es que lo planificaron. La URL debe ser la organización menos organizada de la historia.

—No creo que lo hayan planeado. Sólo la reina puede abrir esos portales a voluntad. Tiene que haber algo que todavía no ha pasado o no estamos viendo. ¿Tú no tienes teorías?

¿Yo? —me observó calmadamente entrelazando sus manos y apretando los labios—. Ya, bien, entendí, entendí. No he tenido tiempo de pensarlo mucho, si te soy sincera, tenía la cabeza más ocupada con el cambio hasta acá y todo eso. Hace rato que no vivía con mis padres.

—¿Preferirías haberte quedado?

—No, no. Te aseguro que los prefiero a ellos mil veces a vivir cerca de la reina. Sin embargo, tal vez ese sea el objetivo, hacer creer que el palacio es vulnerable para que refuercen esas defensas y nos descuiden, bueno, los descuiden.

—También eres parte del grupo —me recordó firme—, sólo que eres harto más cuidadosa que el resto. Hija de tus padres, tenías que ser.

«Hija de criminales de guante blanco» significaba eso, pero en tono afectuoso.

—Como sea, creo que no deberían descuidarnos, si insistes en incluirme. Tal vez yo puedo encargarme de mí misma, pero ya ves —señalé a Isis extendiendo mi mano—, ni siquiera necesitan atacarla para que pasen estas cosas.

Volvió a reírse.

—Es verdaderamente increíble.

Se quedó en silencio un minuto, y no pude evitar mirarlo. Tan duro y frío ante el público, tan cariñoso y cuidadoso cuando se trataba de «los niños». Sus ojos azules como el cielo eran lo que más me impedía respirar cuando él estaba cerca, desde que lo vi la primera vez, hace diez años, cuando le pregunté a mi mamá si él era un ángel guardián. Qué vergüenza. Y qué bueno que mi mamá era una persona más o menos sensata y no le dijo a nadie más que a mi papá que su hija de seis años había quedado bastante impresionada con el hijo mayor del capitán general.

—Creo que James tenía razón —habló de pronto, despertándome de mi ensoñación—. Yo también debería vivir aquí ahora. No los puedo dejar desprotegidos. Tendré que encontrar algo con lo que hacerme útil por acá, mientras estén en la academia mi rol de guardaespaldas queda suspendido. Pero… ¿crees que tú podrías echarles un ojo por mí? Sería totalmente formal. Me presentas informes, basta con que me digas «sin novedad en el frente» para que yo me quede más tranquilo, y por cada día te puedo marcar horas de práctica de vigilancia. ¿Lo harías?

Lo medité por un momento.

—Puedo hacerlo, pero a cambio de otra cosa —alzó una ceja, estaba dispuesto a oírme—. En vez de horas de práctica, prefiero que me debas un favor.

Alzó ambas cejas. Siempre me había parecido curioso la cantidad de gestos que tenía tan similares a los del rey, pero claro, él prácticamente lo había criado como propio cuando murió su padre.

—A veces te pareces mucho a tu papá. Está bien, tienes mi palabra, haré lo que tú quieras.

Me estaba hablando con toda seriedad, y sin embargo pasaron algunas imágenes indecentes por mi mente de las que me deshice rápidamente.

—No me digas que me parezco a mi papá —solté con hastío y él sonrió.

—Lo siento, lo siento.

Antes de que terminara el fin de semana, él ya estaba viviendo en los barracones de los soldados. Tuve que estar los siguientes cinco días hábiles yendo al castillo para hablar con Isis y saber cómo se sentía. Pensé que estaría molesta con su mala suerte, feliz de que Alarik estuviera ahí también, ansiosa por la llegada de su hermano, algo más o menos normal, pero claramente yo estaba equivocada, porque cómo podría Isis gastar sus neuronas en algo normal. Cada visita tuve que oír con santa paciencia cómo hablaba incesantemente de la chica que la había rescatado.

¿Cómo alguien se puede obsesionar tanto con un intercambio de, tal vez, menos de un minuto?


 Día 10 — Afro, 25 de Hermes. Año 6512.

 Para rematar mi semana, el último día llegó una niña nueva. Pero en serio era una niña, de 14 años, mejillas rellenitas y todo. Tenía el pelo oscuro, la tez morena y era casi toda una cabeza más baja que yo, si se sentaba en una moneda quedaba con los pies colgando. Andaba con gafas oscuras y una serie de anillos de plata en cada mano. «Extravagante» pensé, aunque curiosamente me impresionó más de lo que me molestó. Había algo… llamativo en ella.

—Estudiantes, hoy se nos une una nueva participante —la presentó el profesor con orgullo, no sabía por qué—. Su inscripción en la academia es reciente pero ya ha aprobado los exámenes de todas las matemáticas básicas y avanzadas, así que intentemos no quedar en ridículo, ¿les parece? Porque tendremos que rendir un examen de nivelación junto con Adira.

El nombre me llamó la atención. Era poco común, pero me pareció bonito. Más tarde le preguntaría a mí papá de dónde venía la muchacha, él siempre sabía todo lo relevante que pasaba en la ciudad, y esa chica parecía relevante.

Hubo algunos quejidos, pero rápidamente todos se sentaron en sus estaciones y abrieron sus pantallas. Al principio la prueba no estaba tan difícil, pero fue avanzando en complejidad según quienes quedábamos participando. Al final, la clase ya había terminado y sólo restábamos seis personas para cuando ella cometió su primer error. Le tomó más de una hora equivocarse en algo. Ahí supe por qué el profesor la había presentado con tanta emoción, y consideré que tal vez había encontrado a un rival con el cual valiera la pena competir.

¿Lo malo? Que al final del día nos citaron a ambas a Dirección de Estudios, y sólo podía ser por un motivo.

Esperamos en silencio a que nos llamaran. Ella no intentó hablarme. Al poco rato me di cuenta de que sus gafas tenían equipos de reproducción de sonido integrados, así que supuse que tendría que estar escuchando algo desde su kap; era rojo y lo llevaba en la muñeca en formato de banda.

Nos hicieron pasar. La encargada habló un rato de lo excepcionales que habíamos resultado en nuestras evaluaciones iniciales, que habíamos aprobado ramas enteras sin problemas, y que afortunadamente habíamos llegado casi al mismo tiempo a esta sede de la academia, porque habían decidido emparejarnos en el programa de tutorías. En principio, Matemáticas, Estudios sociales y Estrategia; para esto últimos el examen era individual, previo al ingreso a clase, así que no pude enterarme de por qué exactamente la habían asignado allí, pero no le di mayor importancia, ya lo descubriría.

—Esperamos que en sus próximas evaluaciones demuestren que pueden cooperar y aprender la una de la otra —dijo son una sonrisa amable. Adira y yo teníamos la misma expresión del más absoluto desinterés, así que no se molestó en extender la conversación.

Recién cuando estuvimos afuera de la oficina, se volteó hacia mí. No podía ver sus ojos, pero podía percibir su mirada. Había algo en ella que te hacía sentir intimidado y atraído a la vez; no me gustaba sentir eso.

De un momento a otro, el gesto en su rostro cambio y esbozó una muy ligera sonrisa.

—No nos hemos presentado formalmente, lo siento. Adira Bauer.

Extendió el brazo con la palma hacia arriba, en un saludo formal. Puse mi brazo sobre el suyo, tomándole de la muñeca, y giré ambos.

—Natasha Antonovna Jakova.

Si ella iba a ser tan ceremoniosa, yo también podía serlo.

—Ah —exclamó para placer mío, me encantaba el efecto que causaba mi nombre de vez en cuando—, tus papás son los dueños del museo, ¿no?

Asentí con una leve sonrisa, había que aparentar humildad. Sin embargo, no hubo mayor respuesta de su parte, lo que me decepcionó un poco; tal vez si pudiera ver sus ojos podría obtener algo más de información, pero no luciría muy bien si simplemente le arrancaba las gafas y ya.

—¿Qué hay de ti? —en realidad no me interesaba saber, pero había que ser cortés.

—Yo no soy nadie importante, la verdad, sólo me reclutaron en el programa de habilidades excepcionales, eso es todo.

Me sorprendí, pero no lo exterioricé ni me dejé intimidar. Las personas que entraban a la Academia seleccionadas puntualmente por algún oficial eran, al menos en algún área, un diamante en bruto de la humanidad, alguien que no se podía desperdiciar. Estaría interesante descubrir quién la había sugerido como candidata y por qué.



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