22. Pesadilla: El accidente.

 

 Año 2020.

 

Estábamos en Rusia cuando pasó, era febrero, todavía no se anunciaba oficialmente que hubiera una pandemia. Mi hermana y yo habíamos pasado los últimos seis meses en Xizang, lo que antes era la región autónoma del Tíbet, al resguardo de Samten, uno de los mejores amigos de mi papá. Ahora nos llevaban a casa de mi abuela; no sabíamos qué estaba pasando, pero sí que nos estaban escondiendo.

Como pocas veces, andábamos en auto; debía estar rentado bajo un nombre e identificación falsa. Era de noche, papá iba manejando, y mi mamá se volteaba cada cierto rato para asegurarse de nosotras estábamos bien. Aunque no llovía, se escuchaban truenos en la distancia, y mi hermana era muy sensible a los sonidos.

La verdad, no estoy del todo segura de cómo pasó. Me había quedado dormida, tal vez ya estábamos cerca de algún paso fronterizo, tal vez no, pero sé que podía oír el correr del agua ya antes de dormirme. Lo siguiente que escuché fue la bocina del auto y las ruedas derrapando por el asfalto. Supongo que perdí la consciencia con el impacto, pero el agua y el dolor me despertaron rápidamente. Hacían tres grados bajo cero esa noche.

El lado de mi papá y el mío fue el que aterrizó directamente en el río. La carrocería se rompió al impacto, atrapando mi pierna izquierda de la rodilla para abajo. Mi hermana lloraba a todo pulmón. Es posible que yo también. Papá no respondía.

La puerta de mi mamá todavía funcionaba, la abrió casi sin problemas e inmediatamente intentó abrir la de mi hermana, pero estaba trabada. No sé qué nos gritó, pero cubrí la cabeza de mi hermana con su manta. Entonces mi mamá reventó el vidrio y se la llevó. Cuando volvió, me tendió una mano y jaló de mí sin darse cuenta del problema; el lado bueno es que yo ya no sentía mi pierna. Pero no podría salir de ahí en tanto estuviera atrapada.

—Perdóname —me suplicó, nunca la había oído así—, por favor, perdóname —me pidió definitivamente llorando.

Entró en el auto y sacó su navaja de bolsillo, que por primera vez vi como el cuchillo de graduación militar que realmente era.

Primero, le cortó el cinturón de seguridad a mi papá y lo arrastró al asiento del copiloto. Mientras tanto, el auto seguía hundiéndose y yo con él.

Entonces se volteó hacia mí y me pidió que me sujetara del cinturón, del asiento o de ella, lo que pudiera. Creo que me afirmé de ella.

—Lo siento —dijo finalmente y el agua a mi alrededor se tiñó de rojo mientras ella cortaba a la altura de mi rodilla. El frío había entumecido mi cuerpo, pero no lo suficiente para no sentir eso. Mis gritos no la detuvieron.

 

Volví a recuperar la consciencia en el hospital, aún en Rusia. Estábamos cerca de un pueblo, al parecer, y alguien había oído el choque. O tal vez el otro conductor había dado aviso. Quién sabe.

Estaba llena hasta las orejas de medicamentos para el dolor. Me tenían la cabeza cuidadosamente envuelta en gasa, mi hombro y brazo izquierdos estaban fijos en un cabestrillo, y mi rodilla izquierda ahora no era más que un muñón. Mi pierna había pasado completamente a pérdida, junto con el auto. Y mi familia.

Mi papá tenía contusiones menores. Un par de costillas y su clavícula fracturadas, también habían tenido que ponerle un cabestrillo en el brazo izquierdo, pero nada más grave que eso.

Mamá falleció en el auto. No hubo más comentarios. ¿Qué le iban a decir a una niña? Nada. «Tu mamá ya no está con nosotros». «Está en un lugar mejor». «Ahora te cuida desde arriba».

En tanto que de mi hermana no encontraron rastro alguno. Supusieron que había muerto en el choque, o que no habían alcanzado a sacarla, que se la llevó el río, quién sabe, pero no tenían idea de dónde estaba. «No hemos podido encontrar a tu hermana» fue lo único que se dignaron a comunicarme.

Mi papá fue más realista y directo.

—El amor de mi vida está muerta. Y todo lo que me queda eres tú.

Es posible que en esa situación un padre se hubiera acercado a su hija, que la tragedia los uniera, que el dolor reafirmara su cariño, pero no. Tal vez nunca había habido un cariño que reafirmar.

La siguiente persona de mi familia que vi fue a mi abuela, con las lágrimas dibujadas en su cara. Papá había firmado unos papeles y ahora ella era mi tutora legal.

Hubo un breve funeral para mi mamá ya de vuelta en Ucrania, y mi abuela enterró sus cenizas en el patio delante de la casa. Encima puso una pequeña animita, con una foto de mi mamá y de mi hermana. La limpiaba rigurosamente y luego ponía un incienso, una vez a la semana. Cuando pude andar, me pidió que la ayudara, y al cabo de un tiempo que lo hiciera yo misma.

A mi padre no volví a verlo más.

 

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